Los futuros periodistas ya no quieren escribir

Un mar de portátiles con la manzana mordisqueada y detrás, como atrincherados, una exposición de caretos con la mirada clavada en la pantalla. O perdida. Mentes absortas en su mundo interior. Es una estampa bastante habitual en las clases de periodismo. En especial en los últimos cursos del grado, cuando la distracción es más pausada y silente que en el inicio de la carrera, momento en el que el salto a la Universidad genera un desasosiego hormonal efervescente.

La desafección hacia el profesor, la rebelión en el aula (sea cual sea su versión) y la jura de bandera pirata por parte de los alumnos es parte de la carga que todo docente lleva en la mochila. Son las circunstancias de la edad. Pero en los últimos tiempos (al menos desde hace un par de lustros) se ha producido un salto cualitativo que podría resumirse en que el alumno ha evolucionado desde el agnosticismo al ateísmo sobre la profesión. Es la percepción generalizada que se tiene del sistema de enseñanza reglada del periodismo, de las posibilidades de encontrar un empleo digno como contador de historias (que no es otra cosa este oficio) y del sentido mismo que tiene el periodismo en las circunstancias actuales de la doble crisis del sector: la derivada de la caída de la inversión publicitaria no recuperada tras la crisis y la del modelo de negocio con la revolución digital.

Los actuales alumnos, nativos digitales todos ellos, han nacido portadores de una genética audiovisual que condiciona y determina su percepción del “oficio más hermoso del mundo”. Un texto de 10 líneas es aceptable, de 20 es largo y cuando no cabe en una página es eterno, enciclopédico… la biblia.

Lejos de soñar con un profesor que no ponga límites a la libertad creativa, hoy los alumnos hijos de las redes sociales improvisan manifestaciones de desaprobación cuando se les incita a elaborar un reportaje en profundidad o un análisis de 2.500 caracteres. Alargar un texto es una forma de perder el tiempo. Para unas generaciones que tienen prisa. Para quienes han mamado el tiempo en formato píldora, al socaire de las redes sociales, de tal forma que las horas son años y los minutos, meses.

Como antes y como toda la vida, los planes de estudio, dice el alumnado, no responden a las necesidades del mercado, no interesan lo más mínimo y en los cuatro años nunca se ha estudiado nada. Y donde se dice nada, póngase la exigencia del día en el ejercicio de turno que se mande realizar. Como hace unos años y como siempre, son una inmensa minoría los alumnos que leen la prensa diariamiente, o una vez al mes, o a la semana, o al año.

En la época dorada de los periódicos de papel eran contados los estudiantes que acudían al quiosco. Hoy pueden contarse con los dedos de una mano los que están abonados a algún diario digital o aquellos que alguna vez se pasan por un quiosco. La cultura de lo gratuito, uno de los grandes logros de Internet, lo ha invadido todo. No interesa y menos aún pagando. Lo mismo que antes pero en una proporción de alumnos abrumadoramente más escandalosa.

Entonces, ¿Por qué estudias Periodismo? Pues para aprovechar la nota de corte, que es de las más altas. ¿Y para escribir? ¿Ya nadie estudia periodismo para matar su frustrada vocación de escritor? Los hay, pero menos. Son pocos los que tienen el hábito de leer y, por tanto, la inquietud de escribir. Exactamente del mismo modo que hay niños que siguen soñando con ser policías o bomberos, pero son escasos en comparación con aquellos que sueñan con ser youtuber.

En la clase sigue estando representado el grupo, cada vez más equilibrado en cuanto a género, de los que estudian para dedicarse al periodismo deportivo. Para ver gratis a su equipo del alma. En esencia.

Y en las antípodas de este panorama mayoritario militan unos cuantos jóvenes estudiantes de periodismo que siguen incubando sus ilusiones y sus sueños en la hemeroteca construida por Gay Talese, Norman Mailer, Enric González, Manu Leguineche, Rosa María Calaf, Raúl del Pozo, Truman Capote, Ben Bradlee, Tom Wolfe, José Martí Gómez, Iñaki Gabilondo, Carl Bernstein o Bob Woodward.

Por Abril Antara

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Carta a un estudiante de Periodismo

Hola, futuro compañero o compañera,

En breve comienzas tu andadura en la Universidad. Decidiste estudiar aquello por lo que creías tener vocación, Periodismo. Sé que aún piensas en aquellas redacciones de antaño, en las que resonaban las máquinas de escribir y el humo de los cigarros conformaba una espesa niebla; aquella época en la que el Periodismo se escribía así, con mayúscula, pues era una profesión amada y temida a la vez en la que destapar pufos o sacar exclusivas era una victoria para toda la sociedad.

Sin embargo, y sin ánimo de amargarte la ilusión, mucho ha cambiado desde aquello. Los que estudiamos esa carrera hace 20 años no nos imaginábamos cuánto iba a transformarse y qué poco o qué despacio se iban a ir adaptando los medios de comunicación ante la llegada de Internet y la web 2.0. Por eso, aquí estoy, querido amigo o amiga, para darte unos consejos en modo abuela cebolleta para que el recorrido sea algo más sencillo:

– Si aún no lo has hecho, aprende mecanografía ya. Creo que es lo que más me ha servido en mi trayectoria profesional, ya que los dos años en los que me empapé los cuatro Métodos me han ayudado a ser muy veloz y rápida. Primero con la máquina de escribir (las Olivettis de toda la vida) y ahora con el ordenador, lo cual es un alivio cuando tienes páginas y páginas que escribir.

– La carrera de Periodismo poco o nada tiene que ver con lo que te vas a encontrar ahí fuera. No pasa nada. Empápate de todo el conocimiento que puedas, pero haz prácticas o trabaja en un medio si tienes la fortuna de conseguirlo mientras estudies. Es duro compaginarlo, pero lo agradecerás cuando finalices.

– Como sabes, las nuevas tecnologías han cambiado la forma de hacer Periodismo. Las redes sociales y el entorno digital van a ser tus principales aliados, no tus enemigos, para que, cuando finalices el periplo universitario, tengas las competencias suficientes como para encontrar antes un trabajo, bien sea en un medio, en una agencia o en un departamento de comunicación.

– Trabajar en un medio de comunicación, sobre todo en un periódico, es duro tanto por horario como a la hora de buscar temas propios. Y no hablemos de la precariedad laboral. Grábatelo bien para no caer en el desánimo a la primera de cambio. Paciencia.

Sé buen compañer@. Parece una obviedad, pero encontrarás gente que te roba tus temas (incluso en la misma redacción), que no comparte o que miente. No les sigas la corriente. Como dijo Kapuscinski: “Las malas personas no pueden ser buenos periodistas”.

– Actualízate continuamente, ya que el Periodismo y todo lo que rodea a la comunicación va a ir cambiando constantemente. Nuestra profesión requiere de un estudio constante. No vale con el título universitario, se necesita saber desde qué se mueve en Internet, hasta las noticias de día a día. En un mundo global y dinámico, el periodista no puede estar parado nunca.

Valora a todos tus compañer@s, estén en un gabinete de prensa, en una agencia de comunicación o en el periódico de la competencia. Todos somos profesionales con los que tarde o temprano podrás tener contacto.

– Encontrarás a mucha gente que te va a asegurar que estás estudiando una profesión saturada y con altos índices de paro; ni caso si es lo que siempre has querido hacer.

Y, aunque sea un profesión dura, en la que creatividad y la calidad de lo que haces sea tu mayor plus, haz siempre todo aquello que te gusta. Muchas veces la vida te lleva por otros derroteros profesionales, aunque al principio soñáramos con ser corresponsales de guerra. El Periodismo es mucho más que eso y, poco a poco, te irás dando cuenta y haciéndote tu espacio.

Patricia Moratalla

Foto: Marga Ferrer

 

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La obsolescencia de las facultades de comunicación de cara a las nuevas tecnologías

Suele ocurrir cada cierto tiempo que la realidad obliga a modificar los programas universitarios. Algunos se empeñan en dar la razón a los que afirman que el periodismo se aprende ejerciéndolo aplazando el cambio más de la cuenta. Que nada tiene que ver lo que se estudia en las facultades de comunicación con el día a día de una disciplina que tiene más de oficio que de profesión. Sea así o no, lo cierto es que en la actualidad nos encontramos inmersos de pleno en uno de esos ciclos de cambio necesario.

De la misma forma que las promociones de las dos últimas décadas del pasado siglo vivimos la revolución de los ordenadores personales, los programas de maquetación, los editores de texto, los sistemas en red o los albores de Internet, los estudiantes de hoy en día difícilmente encuentran en sus libros aquello con lo que luego se topan en redacciones, emisoras, estudios y salas de producción de la información en cualquiera de sus vertientes.

Hubo un tiempo, no hace mucho, en el que tener acceso a un Mac, una cámara, una mesa de montaje o un simple micrófono era todo un privilegio y más bien una odisea para la mayoría de aprendices. Muchas universidades supieron verlo y enfocaron rápidamente sus programas hacia la práctica, creando sus propios medios por los que los futuros licenciados tenían que pasar obligatoriamente durante un número de horas para aprobar las asignaturas.

Hoy, todo estudiante tiene todos esos adelantos técnicos en su ordenador portátil o incluso en su smartphone, con la posibilidad de emitir en directo desde cualquier lugar en el que se encuentre. Se trata de una de las claves del profundo cambio del ejercicio del periodismo. Una modificación súbita y completa del paradigma que ha dejado atrás a muchos profesionales con décadas de trayectoria que no han sabido adaptarse. Lo mismo ocurre en las facultades.

Por eso se hace más necesario que nunca que las universidades sigan siendo ese templo del saber donde los futuros informadores puedan adquirir una profunda formación cultural y humanística, pero también técnica. Es ahí donde las actuales herramientas juegan un papel fundamental. Redes sociales, instrumentos de analítica, de observación, Big Data y, lo que es más importante, la comprensión de las nuevas reglas del juego, con sus tiempos y peculiaridades tras una crisis que ha arrasado a gran parte del sector pero que ha generado múltiples oportunidades para nuevas fórmulas, deben ser puestas a disposición del estudiante.

Foto: Marga Ferrer

¿Podemos permitirnos el prescindir de lo digital?

WC Soma comunicacionPrometo que no suelo inmiscuirme en conversaciones ajenas – ¡palabra! –, pero hace poco en un reducido brindis tras la finalización de un curso escuché cómo una recién graduada en periodismo hablaba de sus planes en el corto plazo. Y sí, decidí abordarla: quería saber cómo había sido su experiencia en una universidad distinta a aquella en la que yo cursé mis estudios, así como tantear su transición al mundo laboral desde allí. Conclusión: nada nuevo.

En respuesta, ella mostró especial interés por mi trabajo – me recordó tanto a mí apenas dos años atrás, ¡tanto a todos en los inicios! –. Por supuesto, le expliqué brevemente mi trayectoria – lo cual no requirió de un gran ejercicio de síntesis, todo hay que decirlo –, a lo cual ella respondió con un: A mí es que lo digital no me va mucho. A pesar de lo mucho que me gusta, el momento no invitó al inicio de un debate. Pero, afortunadamente, para eso existe este blog. Traducción: sí, el sermón os ha tocado a vosotros.

No pretendo adoctrinar ni sentar cátedra, sólo compartir una duda existencial, la misma que reza el titular del post: ¿podemos los periodistas permitirnos el prescindir de eso, de lo digital? Nadie cuestiona que la formación del ‘plumilla’ pase por la televisión, la radio y la prensa escrita. Sin embargo, como ajenas a los términos en que se maneja la sociedad actualmente, muchas facultades de comunicación parecen olvidarse de ese otro medio que ya no es la quimera de unos pocos, sino la realidad de unos muchos.

Insisto en una convicción que vengo compartiendo a raíz de mi propio paso por la universidad: creo que estos centros deberían encabezar la exploración de nuevas plataformas, inculcar esa curiosidad a los alumnos y actualizar su plan de estudios continuamente, no sólo adaptándose a aquello que se cuece en el presente, sino también arriesgándose con predicciones de futuro. Cierto, un mayor apoyo a la investigación – tanto económico como moral – en la disciplina ayudaría sobremanera, pero podría comenzar por un sencillo cambio en la actitud de los implicados.

Aclaro que no defiendo arrinconar ningún medio, sólo que tengo la sensación de oír cómo muchas puertas se cierran mientras uno de los existentes no se atiende. Y llegó el turno de réplica: ¿cuál es vuestra opinión al respecto? A veces, pienso que este maldito idealismo 2.0 va a acabar conmigo…

Posted by @LaBellver
Photo by @Marga_Ferrer

Un cambio por el bien de las venideras generaciones de periodistas

Somos muchos los que defendemos que el futuro del periodismo está en Internet. De hecho, vista la reciente trayectoria de algunos medios, los cuales han iniciado su andadura en digital para dar después el salto al papel, yo incluso me atrevería a poner la mano en el fuego por esta convicción. Sin embargo, hay piezas que todavía no encajan. Y más allá de la manida rentabilidad en el plano 2.0, me refiero a la formación.

Toca hacer autocrítica desde las propias Facultades de Comunicación. Por ejemplo, el mail aún es un ente extraño para bastantes docentes. Sí, como lo leen. También los hay que, a pesar de emplearlo, no admiten el práctico sistema de entregar trabajos como archivo adjunto. En el caso de Periodismo, gran parte de éstos consiste en documentos que bien pueden comprimirse en un manejable formato PDF. Pero no, la nostalgia de una montaña de papeles en el despacho prima sobre la optimización de recursos. Hasta existe una corriente catastrofista que apunta que el descubrimiento de un servicio como Dropbox podría causar un colapso cognitivo en algunos individuos del profesorado.

Fuera sarcasmos, también queda un trecho por recorrer en lo que a contenidos académicos se refiere. La relativa ‘modernidad’ del ámbito digital ha dejado obsoletos algunos temarios o, por lo menos, la forma en que son enseñados. Está claro que los principios fundamentales del periodismo son los mismos independientemente de la plataforma en que se publique, pero actualmente existen una serie de herramientas muy interesantes a conocer, las cuales pueden servir de gran ayuda a cualquier profesional en la obtención, filtración y gestión de información. No obstante, los profesores que apuestan firmemente por estas prácticas de lo digital pueden contarse con una mano. Así, generalmente, es la intrepidez de los aspirantes a periodistas la que les descubre nuevos usos y formas.

En definitiva, los centros que deberían estar a la vanguardia en técnicas de comunicación presentan, en muchos casos, carencias de un pasado que cada vez es más pasado. Desde los hábitos más básicos hasta los métodos más profesionalizados, todo debería tratarse en unos términos adecuados al presente para poder aspirar a un pertinente futuro. Quizá, apostar por esta línea desde un principio no solo haga la vida más fácil, sino también ponga en valor nuestro más probable ámbito de subsistencia.

Posted by @LaBellver / photo by @Marga_FerrerSOMA COMUNICACIÓN

2.0(11)

Las normas ortográficas indican que las cifras que ilustran los años no van acompañadas de signos de puntuación. Las reglas periodísticas que aún se pasean por las aulas de las facultades de Comunicación tampoco aconsejan comenzar a utilizar la nuevas nomenclaturas institucionalizadas por los soportes sociales. La RAE prefiere cebarse con la ‘y’ antes que revolotear por los nuevos medios de comunicación social para medir los incipientes usos de la lengua española.

Con todo, la realidad es tozuda y la costumbre, el tiempo y los nuevos soportes avanzan al ritmo profesional y social que testimonian las estadísticas, los informes y la generalización del uso de otras formas de expresión. En las mismas, el periodista se especializa a golpe de tweet y de enlaces sugerentes para perfeccionar su quehacer cotidiano; el sociólogo accede a un ámbito de representaciones sociales que cargan de sesgo los informes tradicionales, los mismos que eran sometidos a cocina y nevera por los organismos y por los partidos políticos; el cocinero puede compartir con su gremio recetas, platos y puntos de reunión gastronómica; el diseñador puede sacar a relucir su creatividad en un escaparate virtual compartido y rebotado por quienes ni son sus amigos en la vida real; el político encuentra el lado humano de la existencia y se da cuenta de que ésos a los que llama ciudadanos en el ámbito online palpitan, opinan y critican desde titulares sin retorcer; el taxista realiza carreras de sol a sol, de ciudad a ciudad sin que la limitación física de las puertas de su coche le impida ‘marketinear’ con su imagen y su profesión; el estudiante sin prácticas promociona su espíritu emprendedor y el parado encuentra nichos donde agarrar su esperanza laboral.

Por todo eso, por todo aquello, por los comentarios que tartamudean cada día, por la importancia que se le da ya en todos los canales a la participación procedente de esos lugares donde antes nadie quería estar y porque ya no se puede estar sin ellas como tampoco se podía estar sin móvil a finales de los noventa… Las redes sociales marcan 2011 como el 2.0(11).