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Cuando el nuevo periodismo encontró a la nueva televisión

Netflix ha cambiado el concepto de televisión, tal y como prueba el último capítulo de la serie ‘Black Mirror’, donde el espectador es a la vez director de la pieza en tanto que puede elegir hacia dónde avanza ésta. ‘Bandersnatch’ –así se llama el episodio– tiene la estructura de los clásicos cuentos de ‘Elige tu propia aventura’. El espectador decide, a golpe de ratón, el destino del protagonista. ¿Es eso televisión? Sí. Ahora sí; es televisión del mismo modo que BuzzFeed es periodismo.

Muerto en la trinchera digital, deja viudo y tres Pulitzers

Muerto en la trinchera digital, deja viudo y tres Pulitzers

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“Falleció en Nueva York a los 63 años por ser un inadaptado. Sus tres premios Pulitzer y los amantes del periodismo de trinchera ruegan una reflexión por su alma”. Podría ser perfectamente la esquela del semanario neoyorquino Village Voice, un referente del periodismo comprometido, del periodismo crítico, del periodismo a secas, una institución de la cultura alternativa incubada a orillas del río Hudson que el pasado 31 de agosto engordó la larga lista de cabeceras de prensa caídas en combate. Village Voice murió en el ciberespacio, un destino al que se exilió en septiembre de 2017 cuando su editor Peter Barbey, decidió parar la rotativa harto de echar paladas de tierra a la inversión que había realizado dos años antes, cuando adquirió la cabecera.

El periódico de papel que cada miércoles se repartía gratis en los buzones rojos sembrados por las zonas de máxima afluencia de la capital del mundo se travistió en digital, pero el giro no le dio para sobrevivir. El ecosistema comunicativo en la era digital resulta asfixiante para la prensa escrita tradicionalmente sujeta al modelo de la doble venta (la publicidad y el quiosco). Pero, tras la depresión post Lehman Brothers y el desplome del mercado publicitario, la prensa impresa gratuita, aquella que nació en la década de los 40 del siglo pasado en Estados Unidos, directamente fue arrojada a un agujero negro. El caso español es bien significativo. En 2006, se distribuían cinco millones de ejemplares free. En 2011, apenas 1,5. Metro, ADN o Qué fueron algunas de las cabeceras que pasaron a ser material de hemeroteca.

Por cansancio o pena, el caso es que el editor Barbey no se ha prodigado en lloros ni en detalles a la hora de lamentar la pérdida. No pudo sobrevivir a “una realidad económica cada vez más difícil para aquellos que producen periodismo y prensa escrita”, apuntó el propietario en un comunicado. En su réquiem avanzó que la empresa está completando la digitalización de archivos para que las “futuras generaciones puedan vivir la experiencia de este tesoro cultural y social de la vida de este país”. Ironías de la vida o inconsciencia, el caso es que Barbey está embalsamando y acicalando el cuerpo sin vida para ser expuesto a los nativos digitales que quieran bucear en la historia de la política, la cultura y el pulso social de la casa del tío Sam desde los tiempos del senador cazador de brujas McCarthy hasta el intelectualmente estreñido Trump, quien ha sido objeto de diversos reportajes de investigación sobre su particular sello a la hora de hacer negocios. Una forma tan épica como trágica de cerrar el círculo.

Village Voice nació en 1955 en el bohemio Greenwich Village como un periódico underground con ganas de agitar una sociedad intelectual y políticamente en barbecho o en estado de páramo. Los padres de la criatura certificaban su genética: un psicólogo, Dan Wolf, un psicoterapeuta hippie; Ed Fancher, y el escritor Normal Mailer. Vecinos de barrio de Jimi Hendrix o Joan Baez, los editores del Village Voice convirtieron al medio en una plataforma de defensa de los derechos civiles, del movimiento de liberación de los negros, del feminismo, del pacifismo (con su declaración de guerra a la guerra de Vietnam)…

Nunca perdieron el pulso a la sociedad más vanguardista desde un periodismo activista y de compromiso. Desde la concepción del cuarto poder como contrapoder, como servicio público en defensa de los ciudadanos que solamente disponen del voto y el periodismo para sobrevivir ante los poderosos. Nunca cayeron en la trampa del falso mito de la realidad unívoca ni sucumbieron a la ética de la falsa neutralidad de la equidistancia. Normal Mailer forma parte de la galería de culto del nuevo periodismo, junto a Truman Capote, Tom Wolfe o Gay Talese. Seguramente jamás concibió debates en torno al copy paste, el paywall, el metered model o el freemium como posibles soluciones a la crisis del modelo de negocio de la prensa. Para los impulsores del Village Voice, como para Hildy Johnson y Walter Burns, reportero y director del Chicago Examiner, eran conceptos de ciencia ficción. Para los personajes encarnados por Jack Lemmon y Walter Matthau en la mítica película Primera Plana (de Billy Wilder) no había más digital first que el journalism first.

                                                                                                                                                                                                                                  Abril Antara

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Re(nuevo) periodismo

Marga Ferrer, Soma ComunicaciónEn ocasiones me pregunto en qué momento los periodistas perdimos el norte. Y cada vez lo hago con más frecuencia, lo cual me preocupa tanto como el mismo fondo de la cuestión. ¿Cuándo decidimos que la exclusiva importaba más que la privacidad de una persona? ¿Quién dijo que informar a toda costa era mejor que esperar a contrastar? ¿Por qué caemos en la irresponsabilidad en nuestro ejercicio por la absurdamente célebre consigna del “estuvimos allí”? Y los interrogantes podrían continuar.

Parece que gran parte de los medios generalistas – por no decir prácticamente todos – viven inmersos en un viciado torbellino de actualización constante. Sí, el modo de consumir noticias ha cambiado, especialmente con motivo de las redes sociales y de la inmediatez que éstas imprimen. Tanto es así que, por ejemplo, los casos de difamación han aumentado un 23% en el Reino Unido durante el último año, según un informe de Thomson Reuters. ¿Pero debemos dejar que estos nuevos tiempos en la demanda afecten a la calidad de la oferta?

Recientemente, devoré las páginas de La banda que escribía torcido, un libro que relata la aparición del denominado Nuevo Periodismo en Estados Unidos a lo largo de los años sesenta y setenta, con sus luces y sus sombras. La obra, en concreto, habla de referentes como Tom Wolfe, Gay Talese o Hunter S. Thompson, entre otros. Inestables, excéntricos y alocados. Todos cometieron infinidad de errores, pero entre sus aciertos se cuentan las mejores piezas del periodismo escrito del siglo XX, logrando imponer un saber hacer diferente al que les precedió en los medios para los que trabajaron.

Quizá, podemos tomar ejemplo, hacer acopio de ‘rebeldía’ – si es que ése es el término correcto – e imponer otro ritmo en las redacciones. Lo esencial no es tanto ser los primeros como ser los mejores y para eso las prisas nunca fueron buenas. Del mismo modo que algunas situaciones críticas en la vida, determinadas coberturas prueban la profesionalidad del sector. Hace poco que éste ha suspendido con matrícula de honor en España.

¿Esperamos a que llegue una nueva hornada de ‘plumillas torcidos’ o empezamos a hacerlo bien desde ya?

Posted by @LaBellver

La calidad informativa no se mide en cifras

img_15515Reflexiono. Y como reflexiono mi mente se abre como un abanico en el que las posibilidades, opciones en las que se barajan como subgrupos pros y contras y las dudas brotan de sus paisajes y varillas. La idea de periodismo no iba a ser menos. Se habla de crisis de los medios de comunicación, pero no se trata solo de un problema a nivel económico, que también. La época de las grandes estrellas del periodismo ya pasó. Los profesionales de la comunicación que se sentían tentados de formar parte del escenario estelar que presentaban – ya fuera a nivel artístico, social o político – van pasando a mejor vida.

Crisis económica, escasez de beneficios, pero también crisis de la credibilidad, de la confianza, de los valores de una profesión que debe trabajar por y para la sociedad y no sólo para esa minoría política que les daba de beber desde sus propias manos sumas astronómicas a cambio de una prostitución de palabras y de lados buenos para la foto. A los lectores, radioyentes y telespectadores les cuenta confiar en sus mensajeros. Ya saben bastante como para no ser conscientes de que los filtros de información son muy fuertes y que las fuentes interesadas pueden llegar a tener más influencia que el mítico cuarto poder.

Es momento de olvidarse de idealizar el periodismo a través de grandes cifras – aunque sin mendigar un artículo a 50 céntimos, no vayamos a defender la ficción utópica, que el periodista también come y mantiene a su familia – . Es el momento de trabajar, de desperezarse, engrasar la máquina de la creatividad y sacar a la luz la verdad – subjetiva, la objetividad es un mito ridículo – . Poco a poco hay que tratar de separarse de las faldas de la madre (línea) editorial y escribir lo que realmente uno siente, desde la máxima racionalidad y carácter de servicio social. En mi abanico de opciones surge Internet. Porque la red se está convirtiendo en la panacea de este nuevo periodismo que muchos desean alcanzar.

Pero todo mesías puede ser sobornable. La Red también está llena – más que ningún otro soporte – de mentiras, chismorreos insustanciales y sumisión al poder. Por ello, la cuestión no es el soporte. Nos podemos llenar los dedos de tinta, combinar la tostada y el zumo con las ondas hertzianas o llenar la pantalla de la tableta o del móvil de huellas dactilares para pasar de noticia. Pero lo principal es que ese contenido que revisamos y que ofrecemos a la sociedad sea de calidad, que nutra, que sirva para algo o para alguien. Noticias, reportajes, artículos de opinión… todo vale. Toda información puede ser interesante cuando contiene verdad y se acerca a la realidad vivida o por vivir.

Posted by @casas_castro / Photo by @Marga_Ferrer