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“Falleció en Nueva York a los 63 años por ser un inadaptado. Sus tres premios Pulitzer y los amantes del periodismo de trinchera ruegan una reflexión por su alma”. Podría ser perfectamente la esquela del semanario neoyorquino Village Voice, un referente del periodismo comprometido, del periodismo crítico, del periodismo a secas, una institución de la cultura alternativa incubada a orillas del río Hudson que el pasado 31 de agosto engordó la larga lista de cabeceras de prensa caídas en combate. Village Voice murió en el ciberespacio, un destino al que se exilió en septiembre de 2017 cuando su editor Peter Barbey, decidió parar la rotativa harto de echar paladas de tierra a la inversión que había realizado dos años antes, cuando adquirió la cabecera.

El periódico de papel que cada miércoles se repartía gratis en los buzones rojos sembrados por las zonas de máxima afluencia de la capital del mundo se travistió en digital, pero el giro no le dio para sobrevivir. El ecosistema comunicativo en la era digital resulta asfixiante para la prensa escrita tradicionalmente sujeta al modelo de la doble venta (la publicidad y el quiosco). Pero, tras la depresión post Lehman Brothers y el desplome del mercado publicitario, la prensa impresa gratuita, aquella que nació en la década de los 40 del siglo pasado en Estados Unidos, directamente fue arrojada a un agujero negro. El caso español es bien significativo. En 2006, se distribuían cinco millones de ejemplares free. En 2011, apenas 1,5. Metro, ADN o Qué fueron algunas de las cabeceras que pasaron a ser material de hemeroteca.

Por cansancio o pena, el caso es que el editor Barbey no se ha prodigado en lloros ni en detalles a la hora de lamentar la pérdida. No pudo sobrevivir a “una realidad económica cada vez más difícil para aquellos que producen periodismo y prensa escrita”, apuntó el propietario en un comunicado. En su réquiem avanzó que la empresa está completando la digitalización de archivos para que las “futuras generaciones puedan vivir la experiencia de este tesoro cultural y social de la vida de este país”. Ironías de la vida o inconsciencia, el caso es que Barbey está embalsamando y acicalando el cuerpo sin vida para ser expuesto a los nativos digitales que quieran bucear en la historia de la política, la cultura y el pulso social de la casa del tío Sam desde los tiempos del senador cazador de brujas McCarthy hasta el intelectualmente estreñido Trump, quien ha sido objeto de diversos reportajes de investigación sobre su particular sello a la hora de hacer negocios. Una forma tan épica como trágica de cerrar el círculo.

Village Voice nació en 1955 en el bohemio Greenwich Village como un periódico underground con ganas de agitar una sociedad intelectual y políticamente en barbecho o en estado de páramo. Los padres de la criatura certificaban su genética: un psicólogo, Dan Wolf, un psicoterapeuta hippie; Ed Fancher, y el escritor Normal Mailer. Vecinos de barrio de Jimi Hendrix o Joan Baez, los editores del Village Voice convirtieron al medio en una plataforma de defensa de los derechos civiles, del movimiento de liberación de los negros, del feminismo, del pacifismo (con su declaración de guerra a la guerra de Vietnam)…

Nunca perdieron el pulso a la sociedad más vanguardista desde un periodismo activista y de compromiso. Desde la concepción del cuarto poder como contrapoder, como servicio público en defensa de los ciudadanos que solamente disponen del voto y el periodismo para sobrevivir ante los poderosos. Nunca cayeron en la trampa del falso mito de la realidad unívoca ni sucumbieron a la ética de la falsa neutralidad de la equidistancia. Normal Mailer forma parte de la galería de culto del nuevo periodismo, junto a Truman Capote, Tom Wolfe o Gay Talese. Seguramente jamás concibió debates en torno al copy paste, el paywall, el metered model o el freemium como posibles soluciones a la crisis del modelo de negocio de la prensa. Para los impulsores del Village Voice, como para Hildy Johnson y Walter Burns, reportero y director del Chicago Examiner, eran conceptos de ciencia ficción. Para los personajes encarnados por Jack Lemmon y Walter Matthau en la mítica película Primera Plana (de Billy Wilder) no había más digital first que el journalism first.

                                                                                                                                                                                                                                  Abril Antara

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