Entre lo público y lo privado, un tuit. Entre la intimidad o la repercusión, sentido común. Aplicar el sentido común siempre ha sido la norma no escrita para escribir mensajes en Twitter. Independientemente del cargo, responsabilidad o grado de anonimato de la persona que se enfrenta a los 140 caracteres, pensar dos veces lo que uno publica desde el silencio del teclado de un ordenador o dispositivo móvil, es algo más que recomendable.
Como también lo es otra premisa ya institucionalizada en el ámbito tuitero: si tienes dudas acerca de lo que estás escribiendo y de su alcance, no publiques el tuit. Porque un tuit deja huella, incluso el que se borra inmediatamente después de haber sido publicado. Un tuit tiene memoria, si no que se lo pregunten a Guillermo Zapata. Un tuit no es un chiste contado a un pequeño círculo de amigos en un bar, es como si también se lo contaras a los desconocidos que están en otras paradas, bares, países… Piensen como tú o no.
El problema es que la falsa sensación de intimidad que tiene el usuario cuando se resuelve a escribir un mensaje es lo que está generando un cúmulo de casos por los que, como el caso de Zapata, y sin marcha atrás, los autores de determinados tuits han de sufrir el peor de los escarmientos: el de la cosa pública, el del moralismo, el del buenismo social, el de la dilapidación en plaza pública, el de la tertulia ignorante, el del tertuliano que opina sin tuitear…
Todo lo que publicamos en internet deja una huella, esa huella digital que, como la gota de sangre de Tu rostro mañana (Javier Marías, 2002), deja un cerco casi imborrable.
PD: revisen su TL desde cero, nunca se sabe hasta dónde alcanzará la responsabilidad (pública, privada) de cada ser tuitero.