El desempeño cotidiano de la profesión está condicionado por una serie de tics rutinarios que se enmarcan en el ámbito tradicional de los soportes periodísticos. Desde el desembarco de las redes sociales, en general, y de Twitter en particular, el periodista ha ampliado el horizonte de su quehacer, tanto por el número de fuentes de las que dispone alejadas del oficialismo, como por la capacidad de acceder a una realidad ‘b’ alejada de las profecías informativas (cumplidas o incumplidas) que se difunden a través de los canales convencionales.
Sea entendido como medio de comunicación o no, el caso concreto de Twitter, admirado por muchos, defenestrado por otros, abre la puerta a la especialización periodística. O, cuanto menos, a una forma diferente de entender el hecho informativo.
Porque es mucho más fácil para el periodista poner cara al destinatario final de las informaciones que redacta; o encontrar una mayor accesibilidad a fuentes a priori inaccesibles por los filtros institucionales tradicionales, que la red social del pajarito acorta gracias a una relación directa con el protagonista del titular; entender la realidad de la que informa adaptada a otros contextos sociales, culturales o digitales, en función de los debates que se gestan en otros países en torno a la información; conocer con antelación indicios y reacciones que gestan noticias; anticiparse al hecho informativo gracias a una presencia bien perfilada en Twitter; entrevistar en un canal participativo al personaje de la semana, que bien podría ser otro distinto al inicialmente perfilado para ese fin; seguir como si de una radio hablada se tratara los canales especializados vinculados a la sección para la cual trabaja el periodista; conversar, difundir, explicar, etiquetar, documentar, aprender…
Los periodistas quieren especializarse en las herramientas del Social Media