El periodo de fascinación de cuando te compras un coche, una televisión o cualquier otro objeto de consumo dura lo que dura. Normalmente hasta que aprendes a usarlo o cuando la novedad se desquebraja y se convierte en elemento rutinario. Si llevamos el periodo de fascinación al ámbito de la comunicación, del contenido, de las redes sociales y de los canales de transmisión entre emisores y receptores, encontramos la figura de los early adopters, que podrían significar la fascinación representada en la oportunidad de ser los primeros en probar algo tecnológico.
Si aplicamos un conexto histórico reciente y enfocamos la probatura fascinada en Twitter o en Instagram, por poner dos ejemplos recurrentes, la fascinación inicial creó círculos de usuarios más o menos afines, mejor o peor “desvirtualizados”, unidos por su condición privilegiada de ser probadores de escudería social. Algo que propició el establecimiento de interesantes sinergias a modo de coworking puesto al día gracias al networking offline con motivo de eventos sectoriales de marketing, comunicación, publicidad o de estos mismos expertos en Social Media que servían para retroalimentar su condición excepcional y proyectar profesionalmente reputación, servicios y productos. Hasta tal punto, que se famosizaron perfiles anónimos puestos en valor por el propio bucle influyente de la comunidad oficial de la fascinación.
Una vez superado el periodo de fascinación, tras el desembarco del resto de actores sociales -con todas sus virtudes y defectos- en canales como los indicados, dejan de ser insólitos, de marcar la agenda profesional de perfiles expertos, de plaza fomentadora de coworking. Porque estar en estos canales ya no significa capacidad distinta a la del resto de profesionales de llevar adelante un proyecto, sino que en ellos están los buenos y los malos a partes iguales, ocultos entre el ruido de convocatorias oficiales, eventos de siempre o ruedas de prensa de la vieja escuela.
La rutina difumina la novedad. El aspecto masivo de las “nuevas” plataformas silencia el meneo de la fascinación. Todos ellos recuperan su espléndido anonimato profesional bajo el silencio y la escasa visibilidad que concede la rutina cuando no se comparte online.