Que el periodismo ya no es lo que era lo saben tanto los profesionales como las audiencias. La crisis ha pasado como un rodillo por un sector que no sólo se ha visto reducido a cenizas, sino que además y a diferencia de otros no muestra indicios de recuperarse. Todo lo contrario. La mayoría de los expertos señalan que cualquier cosa que venga después será bastante distinta a lo que se conocía hace unos años.
A la caída acumulada de los ingresos por publicidad cercana al 70% en menos de una década y los costes del papel, impresión y distribución disparados ha habido que sumar la irrupción de internet y las nuevas tecnologías. Las fronteras de la inmediatez y valores como la autoría, la primicia o la exclusividad se han diluido hasta dibujar el panorama que actualmente encontramos. 12.200 puestos de trabajo menos y 350 medios desaparecidos después, lo que queda es en su mayor parte precariedad, sobreatribución de competencias disfrazada de multidisciplinaridad (eufemismo para definir la explotación) y la consecuente pérdida de calidad.
Internet ha permitido maquillar las cuentas de algunas publicaciones o hacer contenidamente rentables a otros de reciente creación, pero desde luego no para revertir la situación de los grandes buques insignia de la prensa española, asolados por expedientes de regulación de empleo que se repiten cíclicamente, reducción de contenidos y ajustes impensables hace sólo unos años.
Así, el cambio en la gestión ha sido obligado y más que lo será en un futuro inmediato. Tanto en la parte financiera como en la productiva. Se acabaron los tiempos de vino y rosas en los que directivos, jefes de sección y de rebote algún que otro redactor disponían de recursos prácticamente ilimitados para conseguir a cualquier precio la noticia. Dietas de desplazamiento para coberturas ‘in situ’, kilometrajes o tarjetas de saldo profundo para relaciones públicas. Y eso que algunos todavía se resisten y son capaces de gastar en una botella de vino lo que le niegan a una sección para un redactor a tiempo completo. Hoy impera la austeridad obligada y ni siquiera con ella se prevé que las cosas cambien. De hecho ya hay quien alerta sobre la “autonomización” de la profesión. De la compaginación con otras actividades, con lo que ello supone.
Incluso el repunte anteriormente señalado en el ámbito ‘on line’ tiene sus amenazas. La alimentación de las redes sociales por parte de los mismos medios como fuente de entrada de tráfico han contribuido a hacerlas crecer tanto que los está fagocitando. Hasta tal punto que los inversores en publicidad se están saltando al intermediario que la prensa era para pasar a difundir directamente sus contenidos.
Todo apunta a que una apuesta seria por la reconversión al nuevo contexto, la utilización de los nuevos formatos y la diferenciación del contenido a través de la calidad podrán arrojar algo de luz sobre los viejos medios. Algo que ni siquiera así está garantizado.