Una semana después de la confesión de Cristiano Ronaldo, su tristeza sigue acaparando espacios de información. La cuarta jornada de la Liga ha concluido con una derrota del Real Madrid ante el Sevilla (1-0) y aún se pueden leer titulares como “El Madrid más triste de la era Mourinho” (20minutos) y sucedáneos. Lo que podría ser ingenio periodístico se ha convertido en pura agonía, pues día tras día hemos asistido al seguimiento del estado anímico de dicho jugador. Es más, la cobertura de este hecho ha llegado a abrir la sección de deportes de algunos telediarios nacionales. Incluso, en muchas de las ruedas de prensa rutinarias en las diferentes ciudades deportivas del país se ha dado la pregunta “¿Qué opina de la pena de Cristiano?”. “Me da igual”, respondió el valencianista David Albelda.
Pues eso mismo. ¿Acaso es esto deporte? ¿En qué momento se pervirtió de esta forma la información futbolística? ¿Hasta qué punto somos cada uno de nosotros responsables? Y todo ello, sumado a la habitual práctica de que el denominado deporte rey cope la correspondiente sección en cualquier medio que se precie, relegando al resto de disciplinas a la nada; a no ser, eso sí, que un logro bien sonado obligue a hacerles mención.
Durante los Juegos Olímpicos declaré en mi Twitter algo así como que ojalá la atención a todos los deportes, en especial a los practicados por mujeres – una cuestión que daría para otra entrada de blog, mínimo – no se limitara a esa quincena de agosto. Una vez comenzada la Liga de fútbol, parece que no hay lugar para algo más. Se ha retomado el vicio. Mi gozo en un pozo, vaya: la esfera mediática vuelve a ignorar su capacidad para fomentar un interés deportivo de miras más amplias y se centra en el único. Tocará esperar otros cuatro años para disfrutar del espejismo. Mi tristeza, que no es galáctica, no ocupará portadas.