La periodista Cristina de la Hoz (@delahozm) es un claro ejemplo de la importancia y la enorme presencia que la mujer ha tenido en la información política (y, por supuesto, también en el resto de temáticas) desde la llegada de la Democracia a nuestro país, a pesar de que, como ella misma indica, los altos puestos de las grandes cabeceras han estado reservados a los hombres durante 40 años hasta el ascenso directivo de Soledad Gallego en El País. En la actualidad De la Hoz escribe sobre esta área periodística en el diario digital El Independiente.
¿Cómo defines la buena práctica periodística?
Honestidad, curiosidad y espíritu crítico. Y, con esas herramientas, ejercer un oficio de enorme responsabilidad porque el producto de ese trabajo configura en mayor o menor medida el estado de opinión pública en las sociedades democráticas. Sirve para cualquier ámbito de la información, pero de manera muy especial para el área política. ¿Eso significa que no se pueden cometer errores? En absoluto, pero nunca guiados ni por la mala fe ni por intereses inconfesables.
¿Cómo era el periodismo que se ‘respiraba’ en las grandes cabeceras en los 80 en comparación con la actualidad?
Mi experiencia en la década de los ochenta es limitada porque no comencé a formar parte de la plantilla de una redacción hasta muy avanzada esa década. Recuerdo, quizá más por la edad que yo tenía entonces, una enorme efervescencia. Eran las cabeceras de papel las que marcaban la actualidad del día, los grandes referentes y la sensación (cierta) de que sobre ellos se sostenía el pilar de una democracia aún muy joven.
¿Era difícil para una mujer prosperar en una profesión todavía bastante masculina en aquella época?
Curiosamente la información política siempre ha tenido un fuerte componente femenino en democracia. Si se atiende a los que fueron los grandes referentes periodísticos de la Transición, los nombres más importantes son los de Victoria Prego, con la que tengo el honor de trabajar en El Independiente, y Julia Navarro. Actualmente la situación no es muy distinta. Somos mayoritariamente mujeres las que informamos sobre el Gobierno y los distintos partidos políticos. Otra cosa es que esa presencia se traduzca en la asunción de responsabilidades y cargos en el staff periodístico. No deja de ser llamativo que hayan tenido que transcurrir cuarenta años desde la celebración de las primeras elecciones democráticas para que una cabecera de papel de ámbito nacional tenga a una mujer al frente como es el caso de Soledad Gallego en El País. Pero el “techo de cristal” afecta a todas las profesiones por muy feminizadas que estén.
¿Cuáles son las claves para realizar periodismo político de calidad y que capte la atención del lector?
Fundamentalmente ser conscientes de que en política todas las fuentes responden a intereses personales o de partido, salvo que el grado de confianza alcanzado permita una comunicación sincera. De ahí la importancia de discernir la verosimilitud de la información y contrastarla. Asimismo, hay que huir de la práctica cada vez más generalizada del periodismo declarativo que tanto interesa a las formaciones políticas para vender su mensaje. Aunque es difícil sustraerse a una actualidad que nos arrolla, es necesario abandonar el carril informativo. Por otro lado, si bien el actual formato digital necesita captar la atención del lector entre la enorme oferta que hay, el periodismo político de calidad no puede centrarse en la búsqueda de visitas. Es esa calidad la que debe actuar a modo de señuelo del lector.
¿Qué reflexión haces sobre tu libro Pacto de caballeros y su influencia, 16 años después de su publicación?
Se hizo en un contexto de cierta normalidad política, si lo comparamos con lo que ha ocurrido en este país desde el año 2014 (aparición de nuevas formaciones políticas, abdicación real, repetición de elecciones, desafío independentista en Cataluña, etc.). Acontecimientos que nunca hubiéramos imaginado en tan corto periodo de tiempo. Creo que el libro retrata una época y una forma de hacer política que ahora ha saltado por los aires. Me gusta echarle una ojeada y ver lo que ha sido de esos protagonistas 16 años después: Rodrigo Rato, Francisco Álvarez-Cascos, Jaime Mayor Oreja, etc. Personas que lo fueron todo. De aquella etapa quedaron dos supervivientes: Mariano Rajoy y Javier Arenas, hoy también en retirada.
¿Qué futuro le ves a los jóvenes que en la actualidad estudian Periodismo en nuestro país? ¿La clave de su mantenimiento en la profesión se encuentra solo en el mundo digital?
Nuestra profesión ha sufrido una enorme e irreversible transformación. Ya no son sostenibles las grandes redacciones ni, por ejemplo, esas redes de corresponsales en el extranjero que daban prestigio a las cabeceras. El papel languidece y resistirse a ello es un ejercicio de melancolía. Eso afecta tanto cuantitativa como cualitativamente a los profesionales del periodismo, porque si bien han proliferado los medios digitales, es una actividad devaluada en lo económico. Ahora bien, hablar del mundo digital no es en absoluto incompatible con la calidad. Creo que un buen ejemplo es El Independiente, donde no hay una sola información cuyo único objetivo sea intentar inflar el número de visitas. Ni ‘zascas’, ni titulares-cebo, ni vídeos de supuestas celebridades. Nada de eso. Cuando me reúno con jóvenes estudiantes en la escuela de Periodismo Manuel Martín Ferrand sólo les pido dos cosas: esto es, que sean exigentes con la calidad de la información que consumen en la red, sin dejarse distraer por la gran cantidad de basura que circula por ella, y que salgan de las redacciones a buscar la información. El futuro de los nuevos periodistas es complicado, pero tampoco hay que olvidar otros formatos como la radio o la televisión, menos afectados, sobre todo el primero, por la reconversión del sector.