Uno de los momentos cruciales en cualquier periodista en formación que se precie es cuando toca afrontar la primera cobertura a solas. Generalmente – o, por lo menos, así fue en mi caso –, una rueda de prensa suele plantearse la prueba de fuego perfecta según los mentores. Por ello, la orden de acudir a alguna convocatoria no tarda en llegar. Estar a tiempo en el lugar adecuado es la cuestión causante del primer sudor frío. Ya una vez ubicados en el terreno, toca lidiar con ese sentimiento de principiante frente al resto de profesionales. En algunos casos, la paranoia llega hasta el punto de creer que pueden leer en tu cara que es tu primera vez. Quizá, la presión por tomar bien las notas y dar con la parte clave de la declaración sean las preocupaciones más delatadoras. Sea como fuere, con más o menos soltura, la gran mayoría superamos la prueba. Así, en la segunda y tercera cita la ilusión ya se entremezcla con algo de aplomo. Sin embargo…
Sin embargo, pocas ruedas más tarde, la realidad nos sacude: salvo contadas excepciones, estos encuentros son de lo más mecánico. Asistir, escuchar, tomar nota y darle forma al llegar a redacción. Se trata del primer desencanto con dicho concepto, el cual puede ser mucho más acusado si la experiencia se ha escrito en el ámbito de la política. Tener que seguir el evento a través de un monitor, innovación acuñada recientemente por el presidente del Gobierno – muchas gracias, Mariano, te has lucido – no es más que la punta del iceberg de los espectáculos que organizan los partidos políticos en materia de comunicación.
Aparte de todo ello, y como muchos estaréis pensando, el colmo del desengaño es otro: las ruedas de prensa sin preguntas. Sí, esa práctica que se contradice por definición – para quienes no lo tengan claro, decir que la prensa no es una masa abstracta, sino un grupo de profesionales experimentados en recabar información planteando cuestiones – y que de un tiempo a esta parte ha sido tendencia en determinados sectores. Da la sensación de que algunos callan al periodista como si se quitasen una piedra del zapato. “Aquí hay algo que me molesta. ¡Fuera!”, dirán en ambos casos. Parecen ignorar que los periodistas tenemos más vida que un pedrusco y podemos responder por otros medios, como no acudir a su llamada. En otras palabras: les podemos negar esa ansiada atención mediática, vaya.
Más allá de esto, en relación a las ruedas de prensa también cabría destacar esa extendida creencia de panacea. “Quiero lanzar un mensaje o promover mi empresa, así que convoco a los medios – que es coser y cantar – y arreglado”, piensan unos cuantos. Si aún no se habían dado cuenta, siento comunicarles que no es así. Los periodistas no caemos en cualquier cebo – o, por lo menos, lo intentamos –, sino que precisamos de un gancho certero. Y si antes ya nos esforzábamos por ser selectivos, mucho más ahora, que los miembros de la redacción escasean cada vez más y es físicamente imposible estar en todo.
Quede claro que no quiero significar que las ruedas de prensa no sirven para nada, ni mucho menos pretendo abanderar un movimiento a favor de su desaparición. Por el contrario, considero que esta práctica puede ser muy útil si se plantea adecuadamente: abordar una cuestión de interés público, igualdad de condiciones para todos los medios, posibilidad de preguntar a los ponentes… De hecho, cuento en mi breve experiencia con algunas de esas excepciones que apuntaba al principio. No sé si es relevante, pero matizo que la mayoría correspondientes al ámbito de la cultura. En cualquier caso, como siempre, esta no es más que mi modesta opinión. Hubiese convocado una rueda de prensa para compartirla, pero dudo que os hubiese dejado preguntar (guiño, guiño).