Somos tan dependientes de los dispositivos que contribuyen a hacernos la vida más fácil que, cuando fallan, el sentido de nuestra cotidianidad queda desmembrado, sin timón, ansioso por recuperar una normalidad de la que hace tiempo ni dependíamos.
La caída del servicio de internet de Blackberry durante este lunes fatídico para la compañía y para sus usuarios ha abierto la Caja de Pandora de las especulaciones sobre el futuro de RIM y la confianza que millones de personas en todo el mundo han depositado en la marca, incluso hasta el extremo de ser sus prescriptores más decididos y fieles. Aspecto este último que los partidarios de Blackberry han demostrado en el sempiterno debate entre ellos y los usuarios de otros sistemas, como Android, Symbian o el del smartphone fetiche, iPhone.
El 10 de octubre de 2011 pasará a la particular historia de la telefonía móvil como el retroceso al pasado, como el día en que los smartphones Blackberry de última generación se convirtieron de nuevo en teléfonos planos, en meros auriculares para recibir o realizar llamadas. Como si en la era de la llegada del móvil hubiéramos tenido que volver al teléfono analógico atado a una pared y a las esperas agónicas por esa llamada que iban a hacernos mientras devorábamos los segundos añadidos por encima de la hora concertada, concentrados y ansiosos mientras mirábamos el dichoso aparato.
Blackberry ha pinchado y lo ha hecho por la puerta grande, generando la misma ansiedad de antaño. Ni siquiera sus defensores más acérrimos han podido sacar a la compañía del charco en que se ha metido tras dejar incomunicados por internet a millones de clientes. Del debate “¿Android, iPhone o Blackberry?” ya hay que descartar a uno. Fuga de clientes, hasta de los periodistas que han idolatrado sus funciones, tan primitivas como usables para la profesión. Ellos también miran hacia el futuro…