En ocasiones me pregunto en qué momento los periodistas perdimos el norte. Y cada vez lo hago con más frecuencia, lo cual me preocupa tanto como el mismo fondo de la cuestión. ¿Cuándo decidimos que la exclusiva importaba más que la privacidad de una persona? ¿Quién dijo que informar a toda costa era mejor que esperar a contrastar? ¿Por qué caemos en la irresponsabilidad en nuestro ejercicio por la absurdamente célebre consigna del “estuvimos allí”? Y los interrogantes podrían continuar.
Parece que gran parte de los medios generalistas – por no decir prácticamente todos – viven inmersos en un viciado torbellino de actualización constante. Sí, el modo de consumir noticias ha cambiado, especialmente con motivo de las redes sociales y de la inmediatez que éstas imprimen. Tanto es así que, por ejemplo, los casos de difamación han aumentado un 23% en el Reino Unido durante el último año, según un informe de Thomson Reuters. ¿Pero debemos dejar que estos nuevos tiempos en la demanda afecten a la calidad de la oferta?
Recientemente, devoré las páginas de La banda que escribía torcido, un libro que relata la aparición del denominado Nuevo Periodismo en Estados Unidos a lo largo de los años sesenta y setenta, con sus luces y sus sombras. La obra, en concreto, habla de referentes como Tom Wolfe, Gay Talese o Hunter S. Thompson, entre otros. Inestables, excéntricos y alocados. Todos cometieron infinidad de errores, pero entre sus aciertos se cuentan las mejores piezas del periodismo escrito del siglo XX, logrando imponer un saber hacer diferente al que les precedió en los medios para los que trabajaron.
Quizá, podemos tomar ejemplo, hacer acopio de ‘rebeldía’ – si es que ése es el término correcto – e imponer otro ritmo en las redacciones. Lo esencial no es tanto ser los primeros como ser los mejores y para eso las prisas nunca fueron buenas. Del mismo modo que algunas situaciones críticas en la vida, determinadas coberturas prueban la profesionalidad del sector. Hace poco que éste ha suspendido con matrícula de honor en España.
¿Esperamos a que llegue una nueva hornada de ‘plumillas torcidos’ o empezamos a hacerlo bien desde ya?