“Queremos hacer una entrevista a…”. En ese momento, el periodista que se encuentra al otro lado del teléfono deja de escuchar a su colega y, como un teleoperador de compañía telefónica con la chuleta de respuestas a preguntas frecuentes en la mano, responde: “Mándame la petición por correo electrónico –hasta hace unos días incluso por fax-, la descripción del medio de comunicación, la radiografía de la primera comunión del compañero que la va a hacer y las preguntas que le quiere plantear a nuestro ilustrísimo y honorable protagonista. Muchas gracias y estamos en contacto”.
Con el grado de hipérbole, sorna e ironía necesarios para asimilar sin ponernos demasiado serios este modus operandi heredado del pleistoceno periodístico, del ansia de control institucional por todo lo que se publica, de la ignorancia de ese flanco tradicional de la profesión en relación a la apertura de enfoques, fuentes y recursos cualificados que se obtienen a través del ámbito digital, planteamos una rutina que, muy a pesar de los que desde esos ámbitos gritan por la supervivencia del periodismo en formato de comunicado institucional que reza sobre lo que es políticamente correcto para los profesionales de la comunicación, es habitual encontrar todavía cuando un periodista solicita una entrevista a otro periodista.
A veces se escucha el sonido del eco del búnker o el del rodillo oficial con el que todo lo quieren impregnar los gabinetes institucionales, incluso con su desembarco como elefantes en cacharrería en la fluidez e inmediatez informativas de los canales sociales. Cuando realmente se olvidan de que el cambio de mentalidad tradicional que ha salpicado los medios tradicionales también ha de comenzar a implementarse en su funcionamiento ordinario. No es tanto estar también con el mismo tic ahora en estas plataformas, sino cambiar la mentalidad y adaptarla, por el bien de sus representados e instituciones, a la frescura de los nuevos tiempos.
De lo contrario, comunicarán formatos de relación con los medios de comunicación ajenos a las rutinas que abren las nuevas plataformas periodísticas, las nuevas fuentes, los nuevos enfoques, las nuevas realidades alejadas de los tambores oficiales y con mayor carga informativa y con más calidad que la que pueden seguir ofreciendo desde ese comportamiento retrógado los gabinetes institucionales mal adaptados a la segunda década del siglo XXI.
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