Para Marga Ferrer, la fotografía gastronómica fue una casualidad. Con una dilatada experiencia como fotoperiodista, se le planteó repentinamente un trabajo en este ámbito y tuvo que aprender las cosas básicas en un tiempo récord. Siempre había capturado personas, escenas y bodegones de componentes más grandes, así que la idea le intimidó en un principio, pero pronto se familiarizó con este tipo de instantánea. Desde entonces, por el objetivo de su cámara han pasado creaciones de numerosos chefs. Charlamos con ella sobre una modalidad de fotografía que es la imagen del sabor.

¿Qué es lo que te atrajo de la fotografía gastronómica?

Me gustó porque es un tipo de fotografía muy creativa que va vinculada al arte de otra persona. Cuando tienes un buen cocinero que te hace un plato bonito, compartes el mérito de la fotografía a medias.

¿Cómo influye el terreno visual en la gastronomía?

Con la fotografía gastronómica puedes conseguir dos cosas: o repelencia o gusto. Te tiene que entrar por los ojos, resultar atractivo. O te gusta o no te gusta, o te lo comerías o no te la comerías. No hay un término medio.

¿Qué peculiaridades tiene la fotografía gastronómica?

La técnica. Lo podríamos comparar con fotografiar insectos. El detalle es fundamental. Se cuida todo, especialmente los colores… no me imagino una foto de un plato en blanco y negro. Hay que cuidar las materias primas del plato… Se habla mucho del maquillaje en los platos. No es otra cosa que, si tiene guisantes un plato de arroz y está cocinado tal cual lo comerías, quizás se pierdan un poco los colores.

Cada vez vemos más foodies e Instagram se ha llenado de platos de comida, ¿por qué?

La gastronomía está de moda, se ha puesto de moda la tapa de diseño. A todos nos encanta lucir que comemos bien, nos da como caché. En todas las culturas es algo positivo, además compartes una experiencia. Cuando sales por ahí te gusta compartir el plato, incluso en casa.

¿Qué relación de trabajo se establece con el cocinero? 

Digamos que el cocinero desarrolla su arte al realizar un plato y el fotógrafo entra en el momento, como mucho, de aconsejar. Y no siempre es así, ni siquiera. Depende también del nivel del cocinero. Un estrella Michelín normalmente sabe cómo colocar un plato y no tienes que aconsejarle nada, como mucho te puede pedir consejo sobre si poner el plato blanco o negro, pero ni eso, sencillamente le das un encuadre, lo iluminas bien y ya está.

¿Hasta qué punto se puede informar sobre un plato con una fotografía, no se pierde mucha información?

Cuando capturas bien un plato, le das un encuadre y el resultado es bonito, el resto lo pone la cabeza de quien lo ve. Si está desastrado relacionas a un mal sabor. La fotografía es realmente eso, un sentimiento que provocas en quien la ve, en todos los ámbitos.  Una foto no huele, pero te imaginas el olor. Es como con el cine mudo, que te imaginabas la voz de la actriz o del actor.

Una entrevista de Clara Elena Martínez
Foto: Editorial La Rosella