La candidatura de Madrid, eliminada en la primera ronda de votaciones. El titular sorprendió a muchos, tanto a deportistas profesionales, como a aficionados del deporte en general, como a desentendidos. ¿Pero acaso no veníamos escarmentados de “Madrid 2012” y de “Madrid 2016”? ¿Por qué chocó, pues, la decisión del Comité Olímpico Internacional?
Cuando en cada telediario, en cada boletín radiofónico, en cada periódico y en cada medio digital se está machacando con el tema de los Juegos Olímpicos, éste se coloca en la primera línea de la atención mediática. No hubiese sorprendido tanto la noticia del pasado sábado 7 de septiembre si el tratamiento que se le dio hubiese sido imparcial. Pero los medios habían creado expectativas infladas e inyectado hinchadas dosis de optimismo. Los ciudadanos habían asimilado el reiterativo mensaje proyectado por los diferentes canales de comunicación y confiaban en que (a la tercera va la vencida) esta vez sí, Madrid acogiese unos JJOO. Pero no. No fue así. Varapalo al canto.
En cualquier caso, no es un drama: es deporte. Borrón y cuenta nueva. Ahora bien, ¿qué sucede cuando donde los medios crean falsas expectativas no es en el deporte sino en otros ámbitos, como por ejemplo el de la salud? No son pocas las veces que, víctimas de querer tener visibilidad o de querer dar a conocer avances esperanzadores, los medios de comunicación caen en un lugar muy peligroso y difunden avances médicos, por ejemplo, en la cura de determinadas enfermedades como el cáncer, el alzheimer o el sida.
Imaginemos a alguien con alguna de estas enfermedades y a sus familiares. En situaciones críticas lo normal es aferrarse a clavos ardiendo, y si casualmente en el informativo de la tarde anuncian avances en la investigación para la cura de la enfermedad, la familia se agarra a esa noticia.
Esto es peligrosísimo, y los periodistas debemos tenerlo siempre presente. Las investigaciones en estos campos se desarrollan muy lentamente. Desde que se anuncian hasta que puedan estar al alcance de los pacientes puede pasar mucho tiempo; tanto, como para que -valga la redundancia- no lleguen a tiempo.
Nuestra responsabilidad social no es sólo la de ser cuarto poder o la de informar. También debemos ser conscientes de la fuerza que nuestro ejercicio de la profesión puede efectuar sobre la sociedad y, en consecuencia, ser rigurosos en el tratamiento periodístico. Cualquier noticia amplificada por cualquier medio de comunicación puede tener un alcance inesperado, y cualquier desliz o error puede salir muy caro. Y más aún hoy en día, cuando la información corre como la pólvora por las diferentes redes sociales y por Internet.
Otro debate es el de si lanzar mensajes optimistas y proyectar motivos para la felicidad colectiva es bueno o inapropiado para la salud social de un país en crisis como el nuestro. Desde luego el fomento de la felicidad debe partir de hechos contrastados o contrastables, y no a raíz de hipótesis o intangibles.
En cualquier caso, tener presente el poder y la influencia potencial que tienen los medios de comunicación es necesario. La deontología periodística también pasa por ahí, y por no caer en la creación de burbujas de falsas expectativas. Unas burbujas que cuando pinchan y se revelan falsas (o cuanto menos exageradas) llevan al desencanto que siguió a la decisión del COI. Menos mal que el sentido del humor es algo que no se pierde y que Ana Botella regaló unos cuantos motivos para sonreír y para desdramatizar que España seguirá sin abrazar unos JJOO. Eso sí, en temas delicados poca broma.