El concepto tradicional de medios de comunicación se basaba en una relación unidireccional con los receptores de los contenidos que difundían. Con la irrupción de las redes sociales, especialmente con la universalización de su uso a partir de la paralela accesibilidad a los dispositivos móviles conectados a redes de datos, el modelo se matizó hacia una bidireccionalidad en la que el receptor abandonaba la rigidez de un espacio físico, como el salón de su casa, por el que le abría la movilidad. La misma, cuando coincidía con la de siempre –dicho salón- creaba un mundo paralelo, el de la interpretación, la participación y la creación de unos contenidos propios, con capacidad, incluso, de hacerse notables o influyentes en el canal primigenio o tradicional. Pero las cosas cambian.
De hecho, canales como Twitter han heredado de sus padres tradicionales un deje unidireccional consecuencia del exceso de éxito o, mejor dicho, del desembarco masivo de actores principales llegados desde la vertiente tradicional y su forma de concebir la relación entre el emisor y audiencia. Así, la red social de los 140 caracteres ha ido apagando –o echando- poco a poco, a los usuarios con nombre y apellido. Y, con ellos, al flujo de interacciones, comentarios, participación en relación al acontecer desde un prisma real, enriquecedor, sincero, directo. Y, ante tal “fuga de cerebros” el terreno de juego acapara un exceso de mensajes de ida sin vuelta, de mensajes políticamente correctos, de sujeto + verbo + predicado + hashtag + imagen (o GIF) sin afán de bidireccionalidad.
Porque aunque la gente haga RT, comente o le guste un tuit determinado, el emisor rara vez se enreda en una conversación de largo recorrido a la que se sumen, como antaño, de modo constructivo más perfiles. El tablero está ocupado por actores tradicionales que han alejado la posibilidad de recuperar la esencia tuitera: la conversación y el gerundio. Y los que algún día descubrieron Twitter con afán constructivo, aparcando incluso su vitola de famosos en el lado tradicional y offline de sus vidas, como Arturo Pérez-Reverte, han terminado por irse o por acomodarse en la unidireccionalidad de su popularidad porque sus tuits han sido desvirtuados en titular, en insulto o en descontextualizaciones incómodas de rebatir sin la magia de la educación, el respeto y la libertad de expresión.
Las virtudes de la bidireccionalidad, pues, se aprecian ahora en otros canales. Como en Facebook, que puede considerarse ya como una simbólica radio, por lo que esta red social está demostrando de instinto de supervivencia y de superación ante la irrupción de nuevas redes, aplicaciones o canales online. Facebook –como la radio ante la tele o las propias redes sociales- siempre sale vivo y, si no, su poder le permite adquirir a la empresa que más difícil se lo esté poniendo, como ya hizo con WhatsApp o Instagram, por poner dos ejemplos.
Precisamente, la hermana pequeña, Instagram –con más de 500 millones de usuarios activos en todo el mundo- ésa que nació con una app de fotografía y que hoy es una red social con capacidad de influencia, diálogo, interacción, segmentación y dinamismo tan notable como los lucidos en los tiempos mozos de Twitter, es un canal perfecto para ser, estar y parecer. Una red social “copulativa” en esencia, donde la bideraccionalidad descrita campa a sus anchas. También en Snapchat ocurre algo similar, y cada vez en un espectro poblacional más amplio en lo que a edades se refiere. Porque eso de que es la red social de los jóvenes sólo lo dicen quienes no la usan o los que están más cómodos bajo el concepto unidireccional de comunicación.
En todo caso, ¿a quién no le gusta tener acceso a comentarios, ser escuchado, participar en conversaciones, contrastar opiniones? En el capítulo de las redes sociales, el camino es más eléctrico, más fugaz, más caprichoso. Tanto como las modas, tanto como la ventaja que marca el early adopter y el rastro que su experiencia deja para los que vienen detrás, desde ámbitos tradicionales de participación, sea en el canal que sea. Tan complejo, como sencillo; tan unidireccional, como bidireccional.