Ruido, atomización, accesibilidad, unidireccionalidad… Twitter ha abandonado progresivamente en los últimos meses los antónimos de estas palabras para anclarse en otra versión. Es un camaleón que ha cambiado de color. Hoy es de una tonalidad diferente a la que lucía hace un par de años, cuando los famosos que formaban parte de la red social conversaban y cuando los anónimos que exprimían bien sus virtudes se ‘famosizaban’.
Pero la situación ha cambiado. Se requiere de un esfuerzo más escrupuloso que antes para modelar el tono y el estilo de los usuarios a seguir, los mismos que dan vida a timelines hechos a la carta. Desde la óptica profesional, el periodista sigue disponiendo de fuentes de acceso restringido en el mundo offline, pero menos. La red social del pajarito se ha convertido en un medio de comunicación de masas en cuanto que la sociedad ya está en Twitter, es decir, la representación de la misma que veíamos en otros soportes generalistas como la televisión ya está plasmada en la red del microblogging.
Ello significa que el diálogo con los que tienen fama se adormece, que la fluidez de conversaciones se apaga, que la bideraccionalidad se bifurca entre las conversaciones de amigos ‘a lo Facebook’ y las de trabajo especializado, sin eslabón explicativo de por medio, ni tertulia arropada por unos cuantos tweets de enriquecimiento mutuo. Por el contrario, Twitter continúa siendo el soporte de la inmediatez, de las noticias de última hora, del debate paralelo al desarrollo de actos o eventos oficiales y profesionales, del contraste de ideas en vez de la imposición de líneas editoriales al uso.
Twitter está siendo devorado por esa oficialidad de la que ha sabido huir siempre, por los gabinetes de prensa, por las instituciones, por los famosos, por los que tratan de emplear los 140 caracteres para calcar estrategias de confusión procedentes del ámbito offline, por la congestión de información sin contrastar que es ‘retuiteada’ sin ni siquiera abrir los enlaces, por la cosificación de los hashtags…
Twitter es fascinante, aunque menos. De ahí que el papel del comunicador y del periodista en este contexto, con todos los beneficios sociales que de su papel se presuponen, sea determinante para ordenar el mundo cada vez más atomizado, disperso y ambiguo que fluye de la red social de los 140 caracteres.
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