Cuando en diciembre de 2010 los viajeros españoles sufrieron la huelga de controladores aéreos no podían imaginarse que, coincidiendo con ese hito, se abría un nueva espita de lo que venían entendiendo como acceso a la inmediatez informativa. Por aquel entonces, las decenas de miles de personas aisladas en las terminales de los aeropuertos coincidiendo con el puente de la Constitución, comenzaron a recurrir masivamente a Twitter para conocer la última hora sobre las negociaciones de la huelga, la situación de sus vuelos o el estado de la cosa oficial. Hasta tal punto significó una revolución en el concepto de acceso a la información, que numerosas instancias oficiales, como la propia Aena, decidieron recurrir a este canal para mantenerse al tanto de los acontecimientos y protagonizar la información derivada de éstos. De hecho, la empresa pública que gestiona los aeropuertos y helipuertos en España abrió su cuenta oficial en la red social del pajarito ese mismo mes de diciembre, durante la crisis mencionada.
Desde entonces hasta ahora, la inmediatez informativa ha evolucionado aún más si cabe y, en todas sus mutaciones, las redes sociales han condicionado el ritmo de convivencia entre el sentido tradicional de entenderla y el perfil urgente de comprenderla, al menos desde el punto de vista de la rigurosidad y de la significación misma del concepto. Porque, a la par que cuentas oficiales como la de Aena se subieron desde entonces al carro informativo de los 140 caracteres, con más o menos tino, la inmediatez sufrió un varapalo a la esencia misma que encierra. Porque si por inmediatez se desprende una cualidad de inmediato, en el perfil periodístico del concepto aparece vinculada a una necesaria veracidad informativa. Y ésta, comenzó a ser obviada por el deseo de querer adaptarse en demasía a la rapidez de estos canales, sacrificando dicha veracidad en sintonía con alertas mayúsculas del estilo ‘ÚLTIMA HORA’ o ‘URGENTE’.
Bajo este contexto, los medios de comunicación tradicionales también sufrieron el síndrome de la nueva ‘inmediatez rápida’ carente de veracidad informativa. La radio, el medio que hasta ese diciembre de 2010 había lucido la mayor capacidad histórica para hacerse acreedor de ser el más inmediato, comprobó que la información, incluso la oficial, circulaba de manera más fluida a través de las redes sociales. Por encima, incluso, de la periodicidad horaria de sus boletines informativos. Los cuales, no tuvieron más remedio que comenzar a referenciar tuits para informar de los hechos de última hora relacionados, en el ejemplo que nos ocupa, con aquella huelga de controladores. Si las ondas se subieron a los tuits, el resto de medios tradicionales comenzaron a hacer lo propio, incluyendo como fuente informativa y como referencias válidas, muchas veces sin verificar la fuente o el contenido, los mensajes compartidos en Twitter.
La nueva inmediatez y la TV
Siete años después, asistimos a otra metamorfosis de la nueva inmediatez. En este caso, protagonizada por los medios digitales –portadas que cambian cada pocos minutos con titulares imprecisos- y, especialmente, por la televisión, que ha comenzado a apostar por telemaratones de seudoinformación con reporteros a pie de calle en persecución de hechos, protagonistas o contextos en ocasiones creados o forzados por profecías de acontecimientos que jamás llegan a producirse o, en el caso de que se den, no coinciden con las previsiones informativas que el conductor del programa de turno había preconcebido. Así, como si fueran programas del corazón de la primera década de los 2000, estilo ‘Aquí hay tomate’, los periodistas que trabajan en directos eternos transmiten una falsa inmediatez, un estar al pie de la noticia, cuando lo que realmente practican es el acecho al político o al futbolista; como solo se había practicado en programas del corazón. De fondo, una mesa de debate con tertulianos salidos de la radio que sincronizan lo que leen en las redes sociales con los comentarios que proyectan sobre esa seudorrealidad a la par que el presentador les interrumpe constantemente para dar paso al reportero con un ‘ÚLTIMA HORA’ o un ‘URGENTE’ similares a los que encabezan tuits desde 2010. El periodista desplazado al ‘escenario de los hechos’ suele aparecer cada ‘x minutos’ con la alcachofa en una mano y el móvil en la otra. Cuando le dan paso reproduce como puede lo que su fuente les ha wasapeado, en caliente y sin contrastar, o lo que están rescatando vía Twitter o Instagram.
El resultado de esta nueva inmediatez es un bucle eterno de horas y más horas en las que la veracidad de la información queda supeditada a la urgencia del minuto y resultado que siempre espera novedades. Éstas se presentan como tales y luego son desmentidas o rectificadas por los mismos actores que las anunciaron a gritos.
Entonces, ¿el ruido está en las redes sociales o en los medios tradicionales? ¿Qué misión informativa cumplen los nuevos formatos? ¿Cómo pueden aprovechar los medios de comunicación la brecha entre la inmediatez, la veracidad y la rapidez? ¿Cómo afecta la credibilidad y cómo consigue el receptor de estas informaciones servidas a destajo hacer la digestión sin ruido?