No sé si será a consecuencia de la crisis, que a muchos ha obligado a reinventarse y a lanzarse al emprendimiento empujados por la irresponsabilidad de quienes lo recomiendan desde la cosa pública, pero uno se topa últimamente con una agencia (de comunicación, de publicidad, de marketing…) debajo de cada piedra. Y esto no es una noticia alentadora. Ni mucho menos positiva. Más bien todo lo contrario. Un boom (como todo boom empresarial que se tercie en este país) cuya ruta parece encaminarse hacia el descrédito de las agencias.
Y es que, si el boom inmobiliario, por poner un ejemplo, trajo consigo pisos cada vez peores y más caros, el boom de las agencias lleva aparejado un descenso vertiginoso en la calidad de los servicios prestados. Por cada agencia de confianza encontramos diez agencias creadas al abrigo del emprendimiento y del “a ver qué pasa” o “a ver si engañamos a alguien antes de que se nos vea el plumero”.
Las hay que se venden como especialistas en SEO y son incapaces de posicionarse ellas mismas. Agencias de publicidad muy aparentes (de oficinas de lujo y trajes de raya diplomática) incapaces de prestar con un mínimo de rigor los servicios que anuncian y venden. Como si se quedasen desnudas en cuanto uno deja de estar obnubilado por la fachada. Como si debajo de la americana y la corbata no hubiese más que un maniquí sin alma.
Agencias de comunicación, supuestamente ricas en contactos y especializadas en redes sociales, que venden sus servicios a precios de auténtica ganga a cambio de no actualizar luego durante días las redes de sus clientes. O a cambio de tener a becarios a coste cero, trabajando día, tarde y fin de semana si es menester. Y llevando su ordenador, por supuesto, porque en sus teóricas oficinas sólo hay uno y es para el jefe.
¿Pueden acabar con el crédito de las agencias estas pseudoagencias sin preparación, profesionalidad y conocimientos mínimos para ofrecer servicios a empresas?