El fotógrafo de prensa siempre ha sido testigo accidental y presencial del acontecer periodístico. Y lo sigue siendo en tiempos de transición de formatos, de asimilación de nuevos lenguajes audiovisuales y de soportes de imágenes estáticas y en movimiento. Porque el fotoperiodista está inmerso en un cambio de identidad que le obliga a una adaptación silenciosa a los nuevos conceptos de información vinculados al periodismo digital, por un lado; y a los hábitos de lectura o de seguimiento de la actualidad de la audiencia, por otro.
En paralelo, los fotoperiodistas también han comenzado a desembarcar en las redes sociales con más o menos fluidez, con las incertidumbres de cómo compartir escrupulosamente una producción fotográfica bajo la inmediatez que siempre requiere su trabajo sin mermar la calidad que los identifica y que los diferencia del resto de personas que toman fotografías. Un aspecto difícil de asimilar, un encuadre incómodo que afrontan los fotógrafos de prensa al cabalgar entre conceptos que abarcan la inmediatez, la calidad, el corporativismo, la primicia, la exclusiva… ¿Cómo equilibrar todos estos frentes y a cuál atender prioritariamente?
Los equipos con los que trabajan no tardarán en incorporar, al igual que ya lo han hecho con la posibilidad de grabar vídeo, alguna aplicación que les permita compartir al instante su producción en los ámbitos 2.0; sin que para ello tengan que descargar previamente su trabajo en un terminal o recurrir forzosamente a la foto tomada con un smartphone para dar testimonio gráfico de algún hecho noticiable.
Son tiempos de cambios, pues, y de asimilación de nuevas rutinas para los fotógrafos de prensa. La puerta está abierta para estos testigos accidentales de excepción, coleccionistas de la historia gráfica de nuestras vidas, también de la era global y del Social Media.