Una vez más, escribo unas cuantas líneas en este blog para poner en común una experiencia. No sé si a vosotros os pasa, pero de un tiempo a esta parte vivo un mismo déjà vu por estas fechas: en una de cada tres reuniones familiares de Navidad – sí, la estadística acabo de improvisarla – tengo que explicar a qué me dedico. Bien porque a alguno de mis allegados no le quedó del todo claro el año anterior, bien porque hay un nuevo miembro al que ilustrar. La cuestión es que la situación se repite. Y cuando digo “explicar a qué me dedico” no me refiero a decir “soy periodista” y ya está, porque la reacción a mi respuesta suele ser algo así como “¡Ah! ¿De esos que van con el micrófono detrás de los famosos?”.
“Ya estamos”, suelo pensar. He perdido la cuenta de la cantidad de veces que me he topado con esta cuestión desde que tengo uso de razón como plumilla. Me pregunto por qué lo primero que le viene a mucha gente a la cabeza cuando oye el término periodista es ese perfil. Sí, la parrilla televisiva está plagada de programas que sirven de hábitat para el desarrollo de esta faceta, pero también de ediciones diarias de informativos que muestran – mejor o peor – una de las prácticas clásicas de esta profesión; informativos que, además, sirven como acompañamiento o música de fondo durante comidas y cenas en numerosos hogares. Entonces, ¿qué sentido tenido tiene que dicho pensamiento asociativo sea el primordial?
En fin, sea como sea, recuerdo que al principio sonreía cortesmente mientras trataba de explicar brevemente que mi motivación para estudiar periodismo distaba mucho de esa mal llamada crónica social a la que se refería mi interlocutor – NOTA: las diferencias entre crónica social y cultura del morbo podrían dar para otro post –. No obstante, hubo un tiempo en que la frecuencia de ese puñetero interrogante me llevó al hartazgo, de manera que ahora despliego mi mejor argumentario cada vez que me enfrento a LA pregunta.
En resumidas cuentas, intento aclarar que un periodista es quien sabe gestionar información, de manera que es capaz de diferenciar la paja del trigo y presentar datos útiles, así como correctamente contrastados y contextualizados a la ciudadanía. Añado que guarda un compromiso social respecto de sus contenidos y que tiene un olfato especialmente desarrollado para detectar historias de interés público. Matizo, asimismo, que tiene la habilidad de comunicar en cualquier medio que se precie, tanto los denominados tradicionales – radio, televisión y prensa escrita – como los digitales. Y, por supuesto, concluyo aludiendo a su importancia en democracia.
Evidentemente, soy una idealista. La carne de periodista es tan débil como la de todo mortal, por lo que también tenemos nuestros vicios. De hecho, desde hace unos años venimos pagando algunos de ellos bien caro. Además, este oficio en sí tiene sus claroscuros, entre los que destaca el dilema entre financiación e independencia o la delgada línea que le separa del poder. No es que me olvide de ello cuando abandero mi particular discurso, pero estoy convencida de que nosotros, los periodistas, somos los primeros responsables de poner en valor nuestra profesión. Y para ello debemos creer en ella, de manera que, después, podamos practicarla conforme a dicha convicción. Al menos, así es cómo pienso y actúo. Otra cosa es que esté en lo cierto y que lo consiga. Eso, camaradas y lectores, me lo tenéis que decir vosotros.
Posted by @LaBellver / Photo by @Marga_Ferrer