Siete son los años que cumplirá Twitter el próximo mes de marzo… ¿Llegará a esa hipotética mayoría de edad con síntomas de agotamiento? Desde siempre, y solapado al concepto innovador que ha lucido la red social de los 140 caracteres, el pajarito azul ha sido símbolo de hogar para influyentes, gurús, seudogurús, expertos en todo y sabiondos de nada; un vehículo de expresión en el que muchos se sentían con el privilegio de estar en un entorno del que la mayoría que no había probado el sabor de los tuits ni disfrutaba ni entendía.
Prescriptores, geeks, periodistas, iluminados, emprendedores, famosos, blogueros, advenedizos y probadores de todo lo que suena a prescripción, novedad o tecnología camparon a sus anchas por los recovecos de la red social de microblogging. Lo hicieron a velocidad de crucero y consiguieron sentirse especiales en un círculo ‘desvirtualizante’ y ‘desvirtualizador’, rodeados de la magia especial de lo que significaba pertenecer a un club virtual de explicadores paralelos al acontecer, a golpe de tuits.
Hasta que la representación más oficialista de la realidad, la misma que había discurrido por cauces tradicionales en paralelo a la interpretación sincronizada de los miles de tuits diarios publicados por aquellos que huían de versiones impuestas, aterrizó como elefante en cacharrería en los 140 caracteres. Cuentas institucionales, mensajes oficialistas, comunicados inertes, últimas noticias descontextualizadas, globos sonda, robots del marketing programado, compradores y vendedores de followers, aplicaciones en diferido ladronas de conversaciones, cuentas oficiales en vez de nombres propios… Nada nuevo más que la expresión de la realidad tradicional en tuits que difuminaron la línea paralela trazada en un principio por quienes habían encontrado el oasis de la representación de otros aconteceres distintos a los pautados por gabinetes de prensa, grandes empresas, cabeceras tradicionales, teletipos enlatados y otros desmentidos de guardar del colorín colorado.
La comunidad probadora que creció de forma deslocalizada, coincidiendo eventualmente cara a cara en eventos desvirtualizadores, quedó difuminada como lo había estado antes de la llegada de Twitter, sumergida y confundida por el ruido de la maquinaria oficial. El mismo ruido que ya se apoderó en su momento de las ondas, del papel, de la televisión… Porque la información es poder y el poder siempre ha necesitado controlar la información.
Y ahora, ¿qué? –se preguntaron muchos de ellos-. ¿Cómo iban a sentir el sabor de la diferencia jugando en el mismo campo que toda la sociedad? ¿Qué tendrían que hacer para saborear de nuevo la exclusividad de pertenecer a un círculo roturador de tendencias, de aplicaciones, de diferencias respecto a la “masa”?
El vaticinio lanzado por algunos apunta a la moda de dejar de usar Twitter como símbolo de rebeldía o de extraña distinción respecto al “vulgo tuitero”. Otros señalan a una suerte de “zona VIP” o de pago que recuperará el sentido de pertenencia exclusiva que sintieron aquellos que lo probaron en sus dos, tres o cuatro primeros años de existencia. Quién sabe…
Javier Marías, el magnífico escritor que sigue anclado a su máquina de escribir, publicó en EPS el pasado 9 de diciembre un artículo donde describía el sinsabor que le queda a alguien cuando le roban el tesoro – «favoritos secretos» (sic) – de pertenecer a un pequeño círculo conocedor de un gran artista, de un buen escritor… que de repente es abordado por la mayoría y deja la sensación en el primero de frustración por perder la exclusiva de su buen gusto.
«Cuando esos “favoritos secretos” dejan de ser lo segundo, nuestra reacción es mezquina y ridícula, lo reconozco. Lejos de alegrarnos de que por fin el mundo celebre a quien desde nuestro punto de vista lo merecía hace ya tiempo, nos sentimos traicionados, y no es raro que, al ver cómo se populariza y vulgariza la figura admirada, nos alejemos injustamente de ella y aun cesemos en nuestra devoción»*.
¿Está Twitter dejando de ser el «favorito secreto» de muchos?