El primer quinto del siglo XXI pasará a la historia de la profesión, además de por la crisis de los medios tradicionales, por el ánimo emprendedor del periodista que, empujado por la propia crisis, por el desempleo o por la distorsión institucional que animó a todo el mundo –estuviera o no preparado para acometer tal paso- a emprender, comenzó un camino nuevo en su trayectoria. Decidió crear un proyecto empresarial, fundamentado en un blog o en una plataforma online, con el que ganarse la vida.
Pero, ¿estaba preparado el periodista para dar un paso así? ¿Hasta dónde su cualificación periodística le servía para atravesar el océano empresarial? ¿Quién le advirtió de las dificultades? ¿Qué papel jugaron las asociaciones profesionales en este trance? ¿Y los propios medios de comunicación? ¿Fue suficiente el voluntarismo del periodista para comer y vivir de una publicación periódica artesana? Nadie lo supo, porque el barquito de cáscara de nuez fue botado en una regata sin jueces, sin cronómetro, sin boyas, sin difusión, sin monitorización institucional alguna.
Un fenómeno de alcance mundial, habida cuenta de que el periodista sufrió un golpe global a su relación tradicional con la profesión. Y lo hizo aprovechando la oportunidad para crear de cero, sin empeñar tamaños gastos a los que significaban en el siglo anterior montar un medio de comunicación. Precisamente, al no requerir de una estructura empresarial, de una inversión que confiara en su proyecto, el periodista desempleado o el que hallaba un nicho especializado, se lanzó a probar. Nada que perder, ¿no?
Lo que perdió el periodista es lo que mejor sabía hacer, aunque con una nueva cara: la inversión en tiempo, en aprendizaje de las nuevas plataformas digitales, en relaciones públicas que alimentaran su agenda de contactos, en presencia en nuevos foros distintos a los tradicionales para practicar el networking con fuentes distintas a las de siempre, la capacidad para entender a las audiencias. Y en este punto se encontró con la frontera entre el voluntarismo de su emprendimiento y el punto de inflexión que le permitiera continuar. De las audiencias se desprendió el primer concepto empresarial que le obligó a cambiar el chip; del lector a la audiencia; de la pieza informativa a la pieza rentable; del tiempo al ROI; de la información al marketing digital para alcanzar a una audiencia, generar un engagement, conseguir demostrarlo a marcas con capacidad inversora y ganar dinero con lo que mejor sabía hacer.
Y de ahí a saber lidiar con la fiscalidad; con la incomprensión de los colegas de medios tradicionales –mejor dicho, de las empresas informativas tradicionales en las que éstos trabajaban- que lo percibieron como amenaza a sus puestos de trabajo; con la falta de proyección informativa de los otros colegas de colectivos profesionales –más preocupados en luchas a la izquierda y a la derecha en formato tradicional que de comprender a los actores del nuevo siglo-; del sempiterno intrusismo, bajo la forma de nuevos líderes informativos, ¿enemigos, fuentes o aliados?; de formatos publicitarios que le permitieran mantener la independencia de sus escritos cualificados; y de las normativas, los programas, las licencias, los números…rojos. ¿Cuán difícil fue botar la cáscara de nuez? ¿Cómo sobrevivieron los que llegaron a buen puerto? ¿Quiénes son esa minoría y cómo se animó a la mayoría a lanzarse a un espectro con tantas incertidumbres?
Sobrevivieron quienes supieron especializarse, separar los contenidos de la rentabilidad empresarial, bifurcar sus agendas de contactos entre clientes y protagonistas de informaciones; organizar hitos que ‘marketizaron’ sus propuestas; innovar con los formatos publicitarios; alcanzar audiencias hiperespecializadas y conseguir demostrárselo al mecenas; incluir la publicación en una estrategia de marketing y comunicación más amplia; pensar en mensajes transversales entre soportes y plataformas; virar a tiempo para escapar de las tormentas de la alta mar, tales como celos, malos consejos y perfiles nocivos.
Lo que quedó claro es que todo periodista emprendedor aprendió de su esfuerzo y probó, probó, probó….
(De la paradoja del destino del plumilla y la parábola inspirada en sus incertidumbres actuales).