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El 4 de diciembre de 2010 puede ser el hito que estableció en España el desembarco del comunicado oficial a las redes sociales, en general, y a Twitter, en particular. Coincidiendo con la huelga de controladores aéreos, tanto Aena como el Gobierno optaron por ofrecer la información de servicio de última hora a través de sus recién estrenadas cuentas en la red social de los 140 caracteres. Los pasajeros, incluso medios de comunicación marcados por la inmediatez como la radio, utilizaron esa vía para conocer cuándo saldrían sus aviones, la apertura progresiva de las pistas, el número de vuelos cancelados, los detalles de la declaración del estado de alarma…
Desde entonces, el aparato de la oficialidad ha ido aterrizando progresivamente en las redes sociales, sin reparar muchas veces en las características propias que presentan estos canales participativos, interactivos, opinadores e informativos. Asistimos a un calco de cómo los gabinetes, las oficinas de prensa o los departamentos de marketing y comunicación habían operado hasta ese punto en el otro lado del acontecer, el tradicional. Un camino que ha significado el establecimiento de una cortina de ruido donde antes había representaciones paralelas y constructivas de lo acontecido; incómodas, intuimos, para muchos.
El proceso continúa y el ruido llega a ser ensordecedor en ocasiones. Muchos han introducido el contenido tradicional en un molde social y lo han hecho con la virulencia de querer controlar sin estrategia ni lenguajes adaptados al nuevo contexto informativo un espacio a priori incómodo; de pretender acallar la significación conseguida por corrientes de opinión y ámbitos de participación bien distintos a los marcados desde siempre por expertos en nada, tertulianos a sueldo y comunicados oficiales vacíos con caracteres de paja.
Del ejercicio responsable y cualificado de los periodistas, pues, depende de que en las organizaciones, instituciones y medios de comunicación se interpreten los nuevos soportes informativos como algo más que un cauce unidireccional de proyección de datos sin alma, parciales y sin vocación de retorno.
Hace unos días conversaba en Twitter con José Manuel Rodríguez (@rpicallo) acerca del carácter urgente que acompaña a determinados tuits cuyo contenido se asemeja a las noticias de última hora que otros medios como la radio han ofrecido tradicionalmente.
¿Hemos de establecer algún género periodístico dentro de las redes sociales vinculado a ese germen de inmediatez que apareja una información ‘urgente‘? ¿Un medio de comunicación que comparte informaciones de alcance que acontecen en el momento en que las comparte a través de las redes sociales ha de acompañarlas de la etiqueta de URGENTE o de ÚLTIMA HORA? ¿No es Twitter es sí misma una red social cuya inmediatez ha quedado demostrada en sobradas ocasiones en acontecimientos como los JJOO, las cumbres europeas o el ya más lejano caos aéreo provocado en España durante el puente de diciembre de 2010 -hito que comenzó a generalizar en España el uso de Twitter como canal de información de servicio-?
Algunos medios de comunicación ya han redactado guías de estilo de su presencia en las redes sociales. Quizás, al igual que el resto de la producción informativa tradicional, habrán de saber institucionalizar el sentido del uso de esos recursos que apelan a la inmediatez para establecer un consenso entre los profesionales y los destinatarios de los mensajes. Así evitarán colocar el apellido de urgencia gratuitamente en hechos poco noticiables o de poco alcance y, con ello, no confundir a los destinatarios de los mismos. También se ahorrarán ‘cosificar’ el sentido noticiable de los hechos que acontecen y alejarán a su vez de ámbitos participativos y dinámicos como las redes sociales, los tics heredados de los soportes tradicionales.
No hemos de olvidar que los usuarios y la audiencia de Twitter también es heterógenea, y dispersa , compuesta por un universo de usuarios que ya se asemeja a la sociedad tal y como la hemos abordado desde los medios de comunicación tradicionalmente. Por ello, estaría bien delimitar unas reglas de juego desde los medios de comunicación, en general, y desde los periodistas, en particular, para que nadie se llevara al engaño de qué tiene una incidencia grave, urgente o noticiable y de qué es prescindible de llevar ese apellido.
De los periodistas depende cumplir esa misión. Del establecimiento del orden del ruido y de la lógica deontológica profesional, también. Este post no es urgente, quizá sí el debate profesional de la idoneidad o no de su contenido.
Al igual que lo ha hecho el periodista que ha ejercido en medios tradicionales, el profesional de la comunicación que trabaja desde la faceta institucional o corporativa de la profesión ha tenido que asimilar las nuevas herramientas periodísticas vinculadas al Social Media y a los medios digitales.
El gabinete de prensa actúa hoy como lo ha hecho siempre, pero con otro modus operandi que apunta hacia habilidades unidas a las oportunidades que las redes sociales y los soportes online abren a la hora de rastrear contenidos, analizar comportamientos de las personas o del sector al que la institución o empresa se dirige, acceder a perfiles influyentes incipientes distintos a los que han marcado el pulso de la opinión tradicionalmente, evaluar el escenario de la cosa comunicada antes de convocar expectativas, medir el sentimiento hacia la persona o el producto a priori y a posteriori de ser difundido entre los actores receptores del mensaje, calcular la repercusión en función de los canales donde se ha compartido la información…
El periodista que trabaja en un gabinete de comunicación, pues, ya sea interno o externo a la organización, ha de asimilar las nuevas formas de trabajar para poder enfocar mejor qué contenidos, qué soportes y qué canales emplea para difundirlos. Asimismo, encuentra en las herramientas de medición (SocialBro, Topsy, Twitalyzer, SocialMention…) que hoy tiene a su disposición numerosos encuadres de repercusión de la actividad que despliega en los distintos canales sociales y soportes digitales en beneficio de la reputación de su representado.
Hace unos días El País publicó un artículo que anticipaba la llegada de Zeen, una suerte de revista digital que, a priori y en plena fase beta, podrá editar cualquier persona que desee tener su cabecera en internet, a imagen y semejanza de sus mejores deseos editoriales, de su portada soñada o de su producción informativa más elaborada.
Una especie de Youtube de los contenidos mostrados en formato revista y que, a diferencia de Flipboard, permitirá a los usuarios maquetar y colocar los recursos de sus piezas de forma subjetiva, sin que la herramienta haga ese trabajo por ellos a partir de otros enlaces o informaciones procedentes de los canales sociales.
A bote pronto, y desde el punto más revolucionario de Zeen, cabría preguntarse (antes incluso de conocer con más concreción los detalles de la aplicación) por el sentido que tendrá para los profesionales que actualmente pagan plataformas digitales con las que editan revistas periodísticas; o por cómo afectará a estos proveedores de servicios una ‘competencia’ tan inesperada.
Asimismo, puede alimentar de nuevo el debate entre la idoneidad de que los periodistas puedan valerse de los contenidos que otras personas de distinto perfil profesional o ciudadanos inquietos publiquen con esta herramienta, al igual que ha ocurrido con los blogueros o con los materiales potencialmente informativos que las nuevas fuentes ciudadanas comparten a través de Twitter.
Es decir, los partidarios y los detractores del periodismo ciudadano quizá encuentren en Zeen un nuevo soporte para sus discusiones. Discusiones que apuntan de nuevo a qué se puede considerar periodismo, o a qué herramientas son las que en la era digital distinguen, como ocurrió en la etapa de los soportes tradicionales, al periodista cualificado para ejercer su función de atender al derecho a la información de las personas que escriben sobre algún acontecimiento, circunstancia o dilema, del que no lo es.
De una forma u otra, la música suena bien y si aplicaciones como Zeen contribuyen a mejorar las interacciones entre usuarios de las redes sociales y del espacio digital, dejaremos que el debate apuntado también fluya libremente por los recovecos de una nueva forma de editar la realidad compartida.
La Unión Europea sufre un claro problema de liquidez en una gran parte de sus Estados miembros, entre ellos, España. Esto provoca que muchas empresas, autónomos o jóvenes emprendedores no puedan acceder a un crédito que les permitiría desarrollar una actividad económica y salir adelante.
Por ello, la Comisión Europea (CE) lanzó en 2010 el “Progress Microfinanciación“. El programa, como su nombre indica, persigue el objetivo de facilitar el crédito -por debajo de 25.000 euros- a pymes, autónomos, mujeres y jóvenes emprendedores, minorías, emprendedores con discapacidad y comerciantes, entre otros, para fundar o desarrollar pequeñas empresas. Para poder pedir este préstamo el interesado debe ser autónomo o, al menos, tener pensado fundar o desarrollar una microempresa (menos de diez empleados), si es una empresa social mejor. También son requisitos el estar en paro o haber pasado tiempo fuera del mercado laboral y, por último, tener dificultades para obtener un crédito convencional.
Los préstamos financian, por norma general, el 50 por ciento del coste de cualquier proyecto, aunque en algunos casos puede llegar al 100 por cien. No obstante, este proyecto, gestionado por el Fondo Europeo de Inversiones y apoyado por la CE y el Banco Central Europeo con una dotación 200 millones de euros no financia directamente a los empresarios, sino que lo hace a través de terceros, que pueden ser entidades bancarias privadas o públicas, instituciones de microcrédito no bancarias y proveedores no lucrativos.
Las empresas con menos de diez trabajadores representan el 91 por ciento del total en Europa y el 99 por ciento de las empresas “jóvenes”. Además, un tercio de ellas las crean desempleados, lo que Bruselas considera clave para combatir el problema del paro, que supera el 10 por ciento en la UE y se acerca al 25 por ciento en España.
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