Hubo un tiempo, más o menos cuando la Segunda Glaciación a vista del pajarito twittero, en que las escuelas y facultades de periodismo explicaban a los estudiantes que una noticia no era tal si no aclaraba cinco interrogantes, las clásicas cinco W’s: What, When, Where, Who y Why. Las cuatro primeras son más difíciles de responder de lo que parece. Porque la realidad es más compleja y poliédrica de lo que proyecta. El qué, cuándo, dónde y quién es uno, en primera lectura, pero la realidad suele tener tantos estratos como la arqueología y tantas capas como una cebolla. Así que, conforme el periodista, como peón de albañil del historiador, va adentrándose en cada asunto el argumento se transforma en tema. Y entonces ya no resulta tan fácil despejar incógnitas.
Porque el bosque de intereses en efervescencia política y social suele parecerse más a los reactores de las centrales nucleares que al festival de Woodstock. Paz y amor. Incluso en la noticia más cruda y desnuda, no resulta sencillo completar el puzzle de lo sucedido. Un accidente, en el kilómetro X de la autovía Z, como consecuencia de un golpe frontal entre un camión y un turismo. Hasta ahí, relativamente fácil. Pero Why, ¿Por qué? Aclarar la o las causas del accidente puede requerir de un atestado, varias periciales, testimonios enfrentados y puede que hasta un proceso judicial. Más complicado se antoja discernir los porqués de fenómenos tan complejos como una caída de las bolsas, una guerra comercial entre Estados Unidos y China, un atávico conflicto como el árabe-israelí o un resultado electoral. Los porqués confieren al periodismo el valor añadido, marcan la diferencia entre la capacidad de servir una fotografía epidérmica de la realidad o una radiografía de cierto calado sobre el flujo de intereses y poder que no siempre se advierten a simple vista.
Una vez realizado el trabajo de campo, procesados los datos y tamizados por todos los gatekeeper oficiales y oficiosos, ¿cómo se sirve el producto acabado? Los periodistas que escribían en el Bajo Pleistoceno, cuando las páginas se componían con tipos móviles inventados por un tal Gutenberg, atendían a la ley sagrada de la “pirámide invertida”, según la cual la prelación de ideas al redactar una noticia iba de mayor a menor importancia para garantizar que cuando se pasara la guadaña en la edición de la página no se segaran aspectos esenciales de la información. La regla universal de la pirámide tan teorizada por José Luis Martínez Albertos se mantuvo inquebrantable hasta que los redactores empezaron a editar sus textos sobre páginas maquetadas.
Pero antes y después, permaneció inquebrantable la norma de que el titular condensaba la idea fuerza de la noticia. “¿Este tema tiene titular?” “Cántame el titular” “No fuerces el titular “ o “No dejes que la verdad te arruine un buen titular” .. son expresiones que han formado parte de la jerga de la canallesca, del microcosmos de las redacciones. Porque el titular es la esencia destilada de la información, el santo grial del periodismo. En el reportaje, el titular ha de convertirse en un cañón de luz proyectado sobre la centralidad del tema que se aborda. En la noticia, el titular ideal e imposible sería aquel que sintetizara las cinco W.
El titular ha de ser comercial, por supuesto, ha de tener gancho y atraer el lector, cogerle por la solapa, sacudirlo y abrir su apetito como lector. Pero sin trampas, sin conservantes, ni colorantes, ni aditivos. Y no hay peor estafa que vender el vacío, la nada, la no noticia.. La estafa hasta hace poco consistía en querer colocar como un watergate que el perro muerde al hombre, cuando ese dentellazo forma parte de la normalidad y lo normal no es noticia. Ahora el timo 2.0 consiste en pretender el scoop con una noticia que no tiene ni perro, ni hombre, ni mordiente. Sólo un titular y un enlace a ninguna parte. Es el fenómeno clickbait, la peste que ha asolado las redacciones con mal llamados titulares gancho, cebos periodísticamente grasientos que aportan cero nutrientes al cerebro del lector, al que convierten en un número, en un click con el que maquillar la ausencia de periodismo en las redacciones y la escasa fe que algunos editores tienen en invertir en periodismo como salida a la crisis del modelo de negocio de papel. Decía Marshall McLuhan que el medio es el mensaje. A más de uno parece que le sale a cuenta entender que el formato es el mensaje y que el formato digital comporta frivolidad y vacuidad. Cuando el periodismo, el mensaje es inmortal, así sea por señales de humo, paloma mensajera o pájaro azul. Por fortuna, Google se percató de la estafa.
Abril Antara