Despublicar ya existe

Como Teruel, que ya lo consiguió hace unas décadas, o al menos procuró hacerlo; como los vehículos eléctricos, como los tuiteros, como las agencias de comunicación, como los titulares en su día, como la pirámide invertida desde tiempos inmemoriales, como los trozos de papel que reciclamos en el contenedor azul, como los libros que antes no eran y ya son, como el barbijo, como los probióticos o las morgues. La semántica de la pandemia se ha acomodado ya en el Diccionario de la Rae.

Más de 2.500 palabras han recibido el plácet de la autoridad lingüística competente para que pasen al salón de la fama, a ese quicio en el que los vocablos campan a sus anchas, en el que conviven con otros seculares protagonistas de grandes títulos de la literatura universal o con vulgarismos tan institucionalizados que también han llegado al limbo del saber estar, a la consideración oficial. Por maleducados o por mal utilizados. Tanto, que conectan con el imaginario colectivo hasta vestirse de blanco sobre negro.

En el capítulo periodístico, tan afectado en el plano de las personas por la pérdida de puestos de trabajo en las redacciones de los medios tradicionales, tan perjudicado por la credibilidad de los mensajes informativos o por el manoseo de las manos que mecen la cuna del poder, tan espolvoreado por los anglicismos que todo lo manchan –viernes negro, mejor- como las tan cacareadas fake news; también hemos asistido a la ‘legalización’ de palabras tan gráficas como despublicar.

Despublicar es borrar, eliminar, quitar lo publicado. O, escribiendo académicamente: Retirar del acceso público un contenido en un entorno digital (sic). Asó lo define el Diccionario, aunque con el apellido de ‘entorno digital’; habrá que esperar a que la autoridad lingüística deje de diferenciar entornos digitales de tradicionales; habrá que desear también que las redacciones de los periódicos dejen de diferenciar ambos soportes.

Porque la información periodística hoy, y hace ya años, es. Y es por encima de apellidos añadidos como digitales o tradicionales. Lo importante, más que es, es que sea. Y que haya muchos periodistas practicándola, con todas las herramientas a su alcance, bajo cualquier soporte, bajo cualquier dispositivo, en unas condiciones dignas para ejercer la profesión antes de que el Periodismo deje de figurar como oficio en el Diccionario.

Nota del autor: me niego a despublicar este artículo, salvo que se convierta en un saco roto de letras.

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