La clave del buen contertulio: ser imprevisible y saltarse el catecismo

Se han convertido en el plato fuerte de la política espectáculo. Desde que el Congreso, el Senado y las sedes de los partidos se han mudado a los platós televisivos y estudios radiofónicos, las tertulias han invadido rejillas y hasta escaletas de los informativos. Cinco minutos informando, media hora comentando la jugada. ¿Cuál es la clave del buen contertulio?

La tertulia es la fórmula que triunfa. Comentar la actualidad, servir una ensalada de opiniones en el desayuno, aperitivo, sobremesa, cena y resopón. Tertulia a todas horas como representación casi totémica de una de las aristas más llamativas de la crisis del periodismo: son pocos los que producen y muchos los que opinan. Porque opinar es más fácil, más barato y más productivo, en tanto que dispara audiencias. Resulta mucho más sencillo retorcer hasta el extremo un comentario para despertar al telespectador que exprimir una noticia hasta sacarle los tonos más amarillos.

¿Es posible abstraerse del espectáculo circense, de la provocación, del grito pelado por exigencias del guión? Rotundamente sí. Se puede circular con éxito como contertulio sin convertirse en un somnífero y, por supuesto, sin caer en la tentación de abonarse a la versión tertuliana del clickbait, consistente en argumentar el teta, culo y sexo político (léase chorizo, fascista y ladrón) para captar la audiencia.

La fórmula para ganarse el favor y el respeto de oyentes y telespectadores parte de un ingrediente básico para el ejercicio del periodismo: documentarse. Hay que llegar a la tertulia duchado e informado. Es la materia prima imprescindible. Para un periodista, informarse no es una opción, es una obligación. Y no como mero lector.

El grado de conocimiento de un contertulio sobre cada una de las materias que se abordan es como el calado de un puerto: no se percibe a simple vista pero va quedando en evidencia conforme va aumentando el tamaño del barco que atraca.

Tres intervenciones de un minuto puede que no den para tocar el cielo, pero son más que suficientes para hacer el ridículo. Claro que para ello es condición necesaria tener sentido de la vergüenza. Otro ingrediente para el contertulio. En realidad, para salir de casa. Sentido de la vergüenza y de la responsabilidad.

Si se es contertulio, se asume la obligación de opinar. Que no significa, aunque en ocasiones lo parece, subrayar la evidencia, ni solemnizar la obviedad. Por mucho que se imposte la voz. Opinar es expresar consideraciones desde angulos personales. A ser posible, muy personales. Para ofrecer perspectivas en contrapicado, donde asomen los claroscuros; para proyectar caras ocultas de la realidad. En la medida en que el contertulio subraye el lado menos evidente, dé una vuelta de tuerca más, resultará interesante. Tanto más cuanto mayor sea el grado de conocimiento del tema que se aborde, cuanto más background se tenga. Tener oficio, en definitiva.

Ser original no equivale, desde luego, a soltar ocurrencias. Se trata de ser imprevisible. Desmontar, destruir las expectativas del espectador u oyente habitual. No hay peor contertulio que aquel que lee cada día un capítulo o versículo del catecismo ideológico por el que comparece en plató. La versión más triste, más hardcore, consiste en comparecer casi como cuota de un partido, como portavoz y hasta dóberman de unas siglas. Es el peor de los pecados que puede cometer el periodista metido a tertuliano.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      Por Abril Antara

                                                                        Foto: @Marga_Ferrer

 

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