El acceso a la información en el siglo XX tenía aroma a permisos, a fichas de biblioteca, a búsquedas leoninas entre montañas de datos ordenados bajo la precisión del documentalista, del bibliotecario. El acceso a la información en la segunda década del siglo XXI es universal. Conectarse a internet es hacerlo a un elenco de noticias, bibliografía, artículos, datos y contextos informativos más accesibles pero tan inabarcables como apuntaba la tradición de papel.
El consumo varía al albur de la evolución de las plataformas, pero el trabajo del documentalista de la realidad, el periodista, es aún más necesario si cabe. La capacidad de filtrado, de contraste, de búsqueda de veracidad entre la maraña de información bruta; de creación de contenidos que traduzcan a la sociedad, a las audiencias o a los destinatarios minoritarios las especialidades del saber; son aptitudes enriquecidas por los nuevos contextos laborales en los que encajan los plumillas.
Así, la documentación periodística favorece hoy más que nunca la creación del contexto y permite ordenar el producto informativo con afán divulgativo a partir del criterio selectivo en tiempos de redes sociales y de datos infinitos. Una forma de trabajar vocacional que convive con numerosos actores generadores de contenido que, por especialización, profesión o afición encuentran en internet un cauce para transmitir el conocimiento que antes guardaban para sus círculos profesionales o íntimos a no ser que un medio de comunicación contactara con ellos para ser fuentes de conocimiento.
Un aspecto, el de la accesibilidad universal, que también favorece el emprendimiento gracias a lo amortiguado del coste de acceso a la información por parte del periodista, quien ya no depende de la cuenta ajena para hacer un buen trabajo de documentación, rastreo y redacción especializada. Un trabajo por el que puede ser capaz de elevar por sí mismo un blog o otro canal informativo de carácter personal o corporativo a la categoría de medio de comunicación.