Reía el otro día al recordar esa consigna de sin periodismo no hay democracia que de un tiempo a esta parte tanto empleamos. Y sí, lo hacía por no llorar. Ocurrió el pasado lunes 15 de julio, cuando el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ofreció su primera comparecencia ante los medios tras las últimas revelaciones de Luis Bárcenas – también conocido como “ese personaje”, “ese señor” y, próximamente, como “el que no debe ser nombrado”, tiempo al tiempo –. Dado que se trataba de una aparición junto con el primer ministro de Polonia, Donald Tusk, los periodistas españoles sólo tenían derecho a dos preguntas, pues así es como se procede en las ruedas de prensa de carácter internacional. Por ello, como siempre, los plumillas acordaron previamente qué cuestiones se iban a preguntar y quiénes serían los encargados de plantearlas.
Todo entraba dentro de la normalidad hasta que, llegado el momento de la verdad, Mariano Rajoy concedió la palabra al periodista de ABC, saltándose así el acuerdo por el que se habían escogido como representantes a los compañeros de El Mundo y EFE. Posteriormente, Mariano Calleja (@Marianocalleja) – el periodista de ABC en cuestión – explicó que antes de la comparecencia había recibido una llamada de su director, Bieito Rubido, quién le había dictado qué pregunta formular. Y por si esto fuese poco, también se apuntó que el presidente, incluso, leyó la respuesta.
Como no podía ser de otra forma, la indignación del resto de periodistas ante lo que se planteaba como un amaño evidente fue supina. No obstante, desde Moncloa se achacó la situación a un mero “malentendido” – parece que los astros se alinearon para que lo que nunca antes había sucedido ocurriese en un día informativamente clave –. En cualquier caso, por la tarde de ese mismo lunes 15 de julio se convocó una nueva rueda de prensa, ahora de la secretaria general del Partido Popular, María Dolores de Cospedal. A pesar de no tratarse de una comparecencia por cumbre internacional en este caso, otra vez se intentaron limitar las preguntas de los periodistas a dos o tres; algo que, finalmente, los profesionales de la información ignoraron.
Con todo, esta jornada me trajo a la memoria Ensayo sobre la lucidez, un libro de José Saramago que, si no habéis tenido oportunidad de leer, os recomiendo fervorosamente. Para quienes no la conocéis, esta obra relata qué ocurre en una ciudad en la que la mayoría de la población decide votar en blanco en unas elecciones; una suerte de revolución pacífica que pone en jaque a los políticos. Y yo me pregunto: ¿qué ocurriría si los periodistas no asistiésemos a las convocatorias fraudulentas a las que se nos cita? Nosotros no podemos destituir directamente a los dirigentes deshonestos, ni tampoco a los gerentes de medios que priman sus afinidades al derecho a la información del público, pero sí que podemos ponerles en evidencia y, por qué no, decidir no entrar en su juego. Quizá sea más sencillo de lo que imaginamos o, quizá, sencillamente soy una ilusa. Sea como sea, aquí os dejo esta cuestión: queridos periodistas, ¿y si nos plantamos? Espero vuestras respuestas.