El cierre de Don Balón ha sentado un hito en el camino del periodismo especializado. La publicación ha dicho basta en un tiempo en que ejercer la profesión desde una vertiente tradicional y especializada se ha convertido en una práctica de romanticismo poco rentable para las arcas de las empresas informativas. Pero tampoco para las que han dejado de encontrar rentabilidad en invertir dinero en concepto de publicidad en estas cabeceras, a las que ni su tradicionalismo, ni su audiencia más o menos fiel, ni la calidad de los contenidos han salvado.
Con este panorama, y a tenor de otros certeros análisis que los compañeros de profesión han realizado sobre hacia dónde camina la rentabilidad del periodismo tradicional, se puede intuir desde hace tiempo que la versión digital de la profesión puede ser la nueva vía a la que agarrarse. Con todo, ¿cómo atraer inversores tradicionales a la nueva concepción periodística?, ¿cómo canalizar al ámbito digital la especialización de contenidos y, a la postre, la calidad de planteamientos caducados –por caros e inviables en el 1.0 como el caso de Don Balón- sin que tengan que someterse a la tiranía de la carnaza del CPM, del CPC o del CPV?, ¿quién sitúa el sempiterno límite entre la cantidad y la calidad?
Las apuestas por la calidad de contenidos, con un público especializado, aunque minoritario, que los demanda, responden en sí mismas a los nuevos hábitos de consumo de información, por lo que no deberían de estar solapadas a criterios de rentabilidad y a costes calculados a partir de los miles de personas para justificar su hipotética continuidad. Porque su supervivencia, precisamente, reside en la cualidad especializada que los identifica, en la respuesta a una demanda minoritaria que los reclama y en el mercado especializado del que también pueden nutrirse sin que éste los someta a unos criterios distintos para insertar una publicidad en el formato periodístico especializado.
La decadencia del papel, incierta o inevitable, y los cierres de apuestas irrepetibles de periodismo de calidad tradicional, como el citado al inicio o los que han cerrado en internet, han de servir para que los tics tradicionales no se proyecten a los nuevos soportes periodísticos, que poco tienen que ver con el concepto masivo de los mass media y mucho con la oportunidad especializada que abren tanto para el periodista que difunde informaciones dirigidas a un círculo minoritario de la población, como para el destinatario que recibe de buen grado dicha apuesta por la calidad, como para el anunciante que puede encontrar canales más eficaces, más baratos y menos masivos que, como aguja hipodérmica, acudan al rescate del target de público que más les interesa.
Sería bueno entonar un réquiem por los CPM, CPV y CPC antes de que las cifras cuantitativas devoren buenas apuestas periodísticas cualitativas –que no publicitarias- para las sociedades especializadas del siglo XXI.
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