“Twitter está muerto”. Esta afirmación, con la que muchos dan hoy por muerta a la red social del pajarito azul, puede significar un arma de doble filo para quien la pronuncie. Por un lado, podría suponer un ejercicio de falta de asimilación de la fisionomía camaleónica de la plataforma de los 280 caracteres; por otro, una capacidad profética sin precedentes, o bien una realidad palpable para quienes quizás no estén tan cerca de los usuarios de Twitter y vean desde la distancia que “ya no es lo que era” (sic). De una forma u otra, el poder de la comunicación en la plataforma de microblogging sigue vigente, por lo menos desde el punto de vista de la influencia que mantiene en la agenda de la cosa pública.
Hubo un tiempo en que en Twitter conversabas abiertamente con Arturo Pérez Reverte, por poner un ejemplo de perfil notable. Por aquel entonces, en los últimos años de la primera década del XXI, la red social florecía a un ritmo de fascinación que implicaba a grandes y pequeños a partes iguales, estableciendo una horizontalidad de interacciones que pasaban por encima del quién eras. Y eso era lo más importante. Daba igual que fueras un escritor de renombre, un periodista deportivo, una investigadora universitaria, un taxista, un recepcionista, una geógrafa, un restaurador, un arquitecto, una fotógrafa, una doctora, un marketer, un desarrollador web, un panadero, un herrero, un sastre… Estabas en Twitter. Y eso generaba una empatía favorable entre los que utilizaban la red social del pajarito, por entonces con 140 caracteres, ni uno más; ni uno menos; sin imágenes que añadir al TL, caracteres, arrobas, hashtags y punto.
Una etapa de fascinación que perduró, como mínimo, hasta diciembre de 2010, cuando la crisis provocada por la huelga de los controladores aéreos en España significó un punto de inflexión para la red social, que encontró nuevos usuarios en los viajeros desesperados por conocer noticias sobre la situación de sus vuelos. La encontraron en Twitter de forma más inmediata que en la radio. La democratización de los smartphones había irrumpido en paralelo, con lo que la movilidad compartida de mensajes facilitó a posteriori el crecimiento exponencial de usuarios, especialmente los de perfil institucional. Porque desde ese mes, Aena dio el paso a informar a través de Twitter, y con esta entida pública, comenzaron a desembarcar poco a poco todo el aparato institucional: medios de comunicación, artistas, famosos y profesionales de reconocido prestigio.
Twitter se puso de moda. El número de usuarios se disparó y, con ellos, el de interacciones, robots o cuentas anónimas, sin nombre ni apellido; auspiciados por nicks de usuario de los que emanaban insultos, dádivas a favor o en contra del partido político de turno, mensajes de ida sin vuelta, comentarios carentes de suma a un punto de vista y ruido. Ruido mostrenco que fagocitó la sostenibilidad inicial. Los famosos de la vida real dejaron de hablar con los que no lo eran, los profesionales que se famosizaron por su acción tuitera desaparecieron y el comunicado oficial se instauró en las cuentas deshumanizadas de los actores de siempre, los mismos de la tele o de la radio.
Una evolución que condicionó el desarrollo paralelo de la plataforma, con la incorporación de lenguajes propios de otras redes sociales a la biografía: vídeos, fotografías, hilos y hasta 280 caracteres en vez de 140. Twitter había cambiado. ¿Asimilaron el cambio los usuarios? Es la pregunta que cabría realizar en este punto a los apocalípticos que hoy opinan que “Twitter está muerto”. ¿Lo opinan quienes conocieron la versión anterior a diciembre de 2010-2011? ¿Piensan eso los nuevos usuarios? ¿Y los que utilizan el canal con la misma frecuencia de siempre?
Solo por existir debates como el que plantea la esencia de este post, el relacionado con la vigencia o no de la red social del pajarito, puede servir para afirmar que “sí, Twitter está muy vivo”. Aunque quizás de otra manera, en constante evolución, en la que hoy se requiere invertir más tiempo que antes para acondicionar un TL propicio para que sea útil, más especializado, más segmentado, más veraz. Al menos, más práctico para que sea utilizado con criterio informativo, con vocación de relaciones públicas, con el marchamo del sé que Twitter me puede ayudar a conectar con prescriptores, fuentes, enfoques, personas anónimas con capacidad profesional sobrada en cualquier ámbito, temático o geográfico. Valores inherentes a la comunicación digital que cualquier planificador estratégico no habrá de desdeñar.
La comunicación tiene que seguir creyendo en Twitter. Twitter necesita su tiempo. Tiempo al tiempo.