Al día siguiente de que Rafael Nadal conquistara en Londres su primer Wimbledon y la actual presidenta del Gobierno de Navarra, la periodista Uxue Barkos encendiera el chupinazo de las fiestas de San Fermín 2008, en una pequeña oficina del Vivero de Empresas de Torrent dos trabajadores infatigables iniciaban la aventura empresarial de Soma Comunicación, una agencia de servicios periodísticos y de comunicación.
La fotoperiodista Marga Ferrer y el periodista Óscar Delgado lidiaron a raquetazos las vicisitudes de embarcase en un nuevo proyecto en medio de una crisis económica que devoraba a mordiscos al país y que sumía a los medios de comunicación en una decrepitud acrecentada por los cambios de formato obligado para acceder a la información.
Lo hicieron sin ruido, sin petardos, y eso que eligieron como sede la cuna de la pirotecnia, y echaron a correr como lo hacen los mozos cuando enfilan a la derecha la calle Estafeta tras dejar atrás Mercaderes.
Le pusieron alma, corazón, esfuerzo, pasión y trabajo. Por dosis iguales pero todas de alto gramaje, de muchos quilates. Pronto empezaron a difundir noticias, notas de prensa, comunicados y fotografías poniendo en valor a quienes confiaron en Soma Comunicación, en ellos.
Fueron pioneros en muchas facetas. Explotaron al máximo las nuevas herramientas a su alcance gracias a los consejos que absorbieron de cuantos les ofrecieron apoyo, no muchos, y de su labor autodidacta, ingente.
Fueron cocinando la reputación de Soma Comunicación a fuego lento. Seguramente a un ritmo inferior al que pedían sus bolsillos pero primaron siempre la calidad, la responsabilidad y el buen hacer a cualquier otro factor, incluido el económico.
Cometieron errores, ¿quién no? Pero acertaron hasta cuando se equivocaron. Fueron fieles a un estilo y a una hoja de ruta. Tuvieron un sueño y lo hicieron realidad. Bajo ese paraguas se cobijaron 360 Grados Press, un semanario digital, y más tarde 360 Grados Libros, una editorial especializada en libros escritos por periodistas.
Crearon empleo y valor. Formaron a compañeros y retrataron con mimo cuantos trabajos les confiaron. El abanico fue creciendo y aliviaron todas las asfixias con el mismo arte que un torero lanza una verónica.
Cambiaron de sede en varias ocasiones, las justas, cuando las necesidades de la empresa así lo exigieron. Se embarcaron en proyectos internacionales, viajaron al extranjero y pese al crecimiento siguieron manteniendo los pies en el suelo y celebrando año a año aquel 7 de julio.
Bautizaron el aniversario como ‘San Somín’. Hoy llevan once. Ya no los pueden contar con los dedos de las manos, las mismas que siguen tecleando y sacando fotos con artesanía y profesionalidad.
Por Javier Montes